Aquella mañana, y la noche anterior, los aires habían estado
en los comienzos de una ligera neblina. También había llovido. Una llana
llovizna, delicada, suave, como tan sólo un débil rocío.
Supe desde allí, que algo extraño había en el clima, algo
fantasmal. Esa mañana, me había sentado en una banca, sobre la reducida
extensión de hierba a la salida de mi casa. Como todas las mañanas, estaban
frías. Yo estaba muy despierto, aun así. Había descansado bien la noche
anterior, pesar del constante ruido de la lluvia. Esta mañana, sobre la banca y
los comienzos de la niebla, sólo tenía ganas de meditar un rato. Me puse a
reflexionar en aquel extraño, misterioso clima.
La madera tocando mis carnes estaba fría. Recordaba que,
hacía poco tiempo nos habíamos venido a este barrio. Sólo unas pocas casas
poblaban las calles. Era una especie de vecindario, pero me hacía gracia, que
por las mañanas, nadie se paseaba despierto. Sólo yo solía salir a estas horas,
a recibir el fresco aire. Estaba acostumbrado. Eran las ocho de la mañana en
punto.
Vivía con mis dos padres. Ahora ambos habían salido,
ciertamente. Como tenía la casa abandonada para mí, decidía mejor salir. Y
entonces, había terminado en la banca.
Estaba solo en aquella tranquilidad, falta de vida,
meditando la mañana. Pensaba que pasaría unas dos horas allí, hasta que la
ciudad comenzara a dar indicios de despertar. Entonces, con los sentidos
todavía algo dormidos, levanté la mirada, casi sin voluntad. Contemplé una
ventana.
Una ventana, tapada en niebla, opacada por la humedad del
ambiente. Unos ojos me miraban, con atención, de un pálido y terso rostro.
Pálido, como el de una difunta. Era una joven. Vestía de negro, como si estuviera
de luto. Sus pupilas, apreciables, eran de un color pardo. Su cabello castaño,
estaba amarrado en una cola, cayendo por su espalda. Era delgada. Sin embargo,
debido a lo manchada que estaba la ventana, no podía apreciarla enteramente.
Pero me sostenía la mirada siempre, insistentemente.
Era una ventana, de una casa directamente ubicada frente a
mí. No la había visto antes, aquella casa. Quizá sí, pero no lo recordaba.
Ahora estaba cubierta por una casi invisible niebla. En cada uno de sus bordes.
Esa ventana, pensé, tenía algo de tétrico. Me estremecí
ligeramente, en un helado escalofrío. El fondo tras la joven estaba oscuro. Se
contemplaba, sin mucha claridad, un antiguo mueble a un lado de ella. Sus ojos
pardos, firmes, se fueron desvaneciendo. Luego de mucho rato, que nos miramos,
lentamente desapareció, fundiéndose con la oscuridad tras ella. Pronto, había
desaparecido por completo. Yo me quedé desconcertado, me sentí vacío y
extrañado.
No tenía idea de qué había sido aquel efímero encuentro,
pero no le quise dar más importancia por el momento, aunque claramente había
dejado un misterio en el ambiente. Ahora por la ventana, sólo se contemplaba el
interior vacío, adornado de polvo y telas de araña, y una gruesa alfombra roja
que se dejaba ver. La mañana continuaba helada. Miré mi reloj de muñeca; eran
las ocho de la mañana, algo temprano. La fatiga comenzaba a dejarse sentir en
mí, por lo que me levanté de la banca. Caminé algunas solitarias calles, y al
final me compré algo liviano de comer, en un kiosco cercano. No quería
enredarme la cabeza con muchos pensamientos.
A la mañana siguiente, había faltado a la escuela, por ir a
la casa de una amiga, a hacer un trabajo. Estuvimos frente a la reja, muy
temprano, y cruzamos el umbral de plantas, hiedra y vides asomándose por mi
cabeza, y pasábamos por un suelo de cerámica rosada, con bastante polvo
adherido. Sin embargo, aquel ambiente me hacía sentirme como si aún estuviera
dormido o soñando. Mi amiga, de nombre Macarena, caminaba frente a mí, y cada
tanto volteaba. Y me sonreía, con amigable gesto y sus generosos ojos, bajo sus
firmes gafas negras.
-¿Tienes sueño? -recuerdo que me preguntó pasado el umbral,
cuando ya entrábamos a la cocina.
-Sí –le contesté, y me sentía medio confuso. Quizá
levantarme siempre temprano sí me afectaba, y me dejaba soñoliento. “Al que
madruga, Dios le da sueño” decía yo, muy convencido.
Más rato, estando ya dentro, me fui a la cocina. Me paré
frente a una ventana, y me serví un vaso de agua, que estaba algo helada. Y
bebí, mientras observaba la tonalidad de colores, pasar por la ventana. Sentía
el agua, pasar por mi estómago, y calmar lentamente una tenaz hambre.
Mi amiga Macarena andaba dando vueltas por allí. La fui a
buscar, y nos fuimos a realizar el trabajo de la escuela, donde ambos éramos
compañeros, y el trabajo era para el día de mañana. Subimos hasta el segundo
piso de su casa, y buscamos su habitación. Entramos, y encendimos la
computadora, cuya pantalla, era la única luz disipando la oscuridad de la
habitación, que era bastante espesa, y habíamos entrado a tientas. Esto era,
porque en la mañana, en aquellas horas, la luz no llegaba a todas partes.
Yo contemplaba borrosa, la pantalla del ordenador, y estaba
con un rostro de absurda, sensación soñolienta. Macarena me remeció varias
veces, para hacerme despertar. Pero yo estaba en un sueño, me sentía feliz a su
lado, yo la quería.
Macarena era una chica bonita, yo pensaba. Eso nadie lo
ponía en duda. Pero era mejor no insistir. Aquella mañana, no parecía una
mañana adecuada para declaraciones. Además, se me caía el rostro del sueño.
Como estuvimos todas esas primeras horas haciendo el
trabajo, una vez terminado, ambos ya estábamos hartos. Y ella me dijo que podía
quedarme hasta la tarde, y como ambos estábamos hambrientos, me convidó a
comer. Era un alivio.
Yo mientras me ubicaba a la solitaria mesa. Y ella se perdía
en la cocina, para hacer honor a unas buenas costumbres, y servirnos a ambos. Mientras
oía el sonido de platos que tomaba por sorpresa al silencio, la escuchaba también
a ella, que me decía, con aire de distraída:
-Y, ¿crees que nos irá bien con el trabajo?
Era un trabajo de investigación, y de reunir conocimientos.
Típico de la escuela. Me fastidiaban, pero era una excusa por lo menos, para
venir a su casa.
-Espero que sí –le contesté-. No en vano, perderíamos toda
la mañana…
Entonces, ella llegaba a la mesa. Yo veía afuera, hacia
aquellas plantas trepadoras, que daban la uva. Calladamente, le pregunté si es
que podía convidarme de ellas, como merienda. El reloj estaba por rozar el
mediodía.
-Por supuesto que sí
–me dijo, y luego me recalcó que a la otra, podía sacar yo mismo, sin problema
alguno. Depositó una vasija llena de uvas, entre otras cosas para comer, y nos
pusimos a alimentarnos, hasta que terminamos. Yo me relamía los dedos luego,
por la jugosa uva.
Cuando permanecimos sentados a la mesa, ya sin nada que
quedara por comer, y nos adentramos en una charla con falta de entusiasmo por
ambos lados (quizá por lo cansados), tuve de pronto un recuerdo: Me vi sentado
en una plaza, a oscuras, sólo alumbrado por un farol a mi lado, que también
alumbraba la calle.
Entonces, por aquella calle, pasaba una figura casi
arrastrándose, que a la vez, parecía no tocar el suelo, que parecía flotar. Era
algo fantasmagórica. Era una mujer, y vestía ropas tan negras y finas, que
parecía venir de un velorio. No sabía si mi mirada estaba perturbada, o yo
estaba aturdido por el sueño. Pero a aquella figura que pasaba mirándome, que
me generaba un ligero escalofrío, yo le veía unos ojos emblanquecidos, que no
tenían pupila. Pensé que estaba viendo a una muerta.
Y en este recuerdo, que se me hacía tan claro ahora, yo me
levanté. Y vi a la chica, algo desvanecida y con niebla recorriendo sus bordes,
venir a mí. Aquellos ojos blancos, se clavaban en mí. En mi mirada. Pero
entonces no recordaba más. Desperté, y me había quedado dormido sobre la mesa.
Allí estaba mi amiga, decepcionada, esperándome.
“Era la chica de la ventana” me dije, en un atisbo. Apenas
era una suposición; no estaba demasiado seguro. Macarena se quedó mirándome un
largo rato. El comedor ante el cual estábamos sentados, estaba oscuro, y
nosotros éramos dos contornos, dos sombras. Finalmente, se levantó y la vi
subir por las escaleras. Yo me quedé un rato allí pensando.
Más tarde, unos minutos después, oí que llamaba mi nombre.
Subí las escaleras, y acudí a acompañarla. Iba acercándome a su habitación por
el pasillo, cuando la escuché hablarme:
-Qué mal, pensábamos que teníamos el trabajo terminado, pero
nos falta el papelógrafo para
escribirlo… ¿Podrías ir a comprar los materiales que faltan? Además unos
plumones… -me dijo. Yo asentí sin que ella me viera. Pero en realidad era un
hastío. “Está bien…” le contesté, desganado. Salí a recorrer la calle. Mi reloj
me avisó que faltaban cinco minutos para el mediodía, pero la niebla, que había
quedado como un rastro de la mañana, seguía allí, y las nubes, todavía estaban
tristes.
Llegué hasta el kiosco, como el día anterior. Pedí los
materiales, y el vendedor me los vendió de muy buena gana. Entonces, volví
atravesando una pequeña plaza. Divisé la misma banca de ayer, y me senté, a
comprobar que había comprado los materiales correctos, que Macarena me había
pedido.
-Está todo… -comprobé algo dudoso. Me quedé sentado cinco
minutos, y observé. Se había largado a llover. Primero, como una fina lluvia, y
luego ya se volvía más intensa. Me veía ridículo seguramente, sobre la banca, y
empapándome, llevándome el papelógrafo sobre
la cabeza, en un intento por protegerme. A lo lejos vi a dos personas, con
paraguas, caminar por la vereda. Me agobié, deseé fuertemente un para mí.
Frente a mí vi un vestido que pasaba. Era una chica, que me
resultaba conocida. Ella tampoco llevaba paraguas. Y a pesar de que yo estaba
todo mojado y abandonado, a ella la lluvia parecía resbalarle. Es más, sus
colores estaban intensos, como si ella hubiese estado mojada, pero estaba seca.
Caminaba hacia mí, entonces la reconocí: Era la chica que había divisado en la
ventana. Otra vez se volvía a aparecer.
“Oye, creo que ya es la tercera vez que nos encontramos.
¿Por qué no me dices tu nombre?” le dije. Ella pareció vacilar con la mirada, y
se arrastró con desesperante lentitud hacia mí, hasta el punto de estar a mi
oído.
Entonces yo esperé, muy quieto. Ella me susurró, “me llamo
Any, y soy tu vecina” y yo me quedé desconcertado, otra vez. ¿Vivíamos en el
mismo vecindario? Aunque parecía ser obvio, por los seguidos encuentros, pero
yo no podía recordar…
Any. Su nombre me causó una sensación, de que la conociera
de toda la vida. Entonces ella se desvaneció, junto a mi conciencia, junto a
mis recuerdos. Quedé a la deriva, y mi mirada estaba turbia, en oscuridad.
No podía recordar, no podía hacer nada. La lluvia se había
ido por un instante, en medio de una exquisita oscuridad. Entonces, a medida
que abría los ojos lentamente, poco a poco iba volviendo aquel ruido en
tranquilidad, y la lluvia volvía a su suave estrépito. Recobré la conciencia.
Pensé que había ido a otro lugar, pero continuaba allí, en la banca. Se había hecho
tarde. Me había quedado dormido. De los materiales comprados, sólo tenía los
plumones. El papelógrafo se me había
ido volando con las ventiscas. Me dispuse a volver, a entregarle los materiales
a mi amiga. Me levanté de la banca, y avancé abstraído, en medio de las
tinieblas del parque, cuando la tarde ya se había arrebatado al sol. Llovía,
haciendo pequeñas interrupciones en el silencio.
En medio de la lluvia, en un momento, quise dormir,
desvanecer todo. Pero no podía, continuaba allí, y no sé cómo llegué a la calle
de la casa de mi amiga. Sentía que había atravesado el parque casi a tientas,
como un ciego entre esa oscuridad. Y esto, no distaba mucho de la realidad. Me
sentía dormido en pie. Y la tarde continuaba transcurriendo. Y antes de que
todos los colores se apagaran, antes de que cayera dormido, todavía me quedaba
algo de conciencia. Todavía tenía tiempo. Para pensar, para andar… Quería
terminar con aquel día.
Llegué, a su casa, a la de Macarena, mi amiga. Soñé que ella
me recibía, pero ella no estaba. Me quedé de pie sobre la puerta, dudando si
entrar. Vacilando, como si me fuera a caer desmayado, aún medio atolondrado. La
casa estaba abandonada. Finalmente entré, y dejé los materiales sobre una mesa
cercana.
Parecía que hubiera despertado, como parecía que justo me
hubiese quedado dormido, en la oscuridad. Me pareció vislumbrar un trueno, que
estalló a la distancia y en un segundo, iluminó un pasillo en sombras. Como
pensaba que estaba soñando, que me había quedado dormido de pronto, nada me extrañaba,
nada me sorprendía, como el hecho de que contemplé a Any, mi supuesta vecina,
aparecerse una vez más. Y ya por aquel punto, iba entendiendo lo que era todo.
Seguro se me había olvidado encender las luces. Pero
simplemente, todo estaba envuelto en una abundante oscuridad. Como esa, que nos
espera después de la muerte. Avancé, como una sombra, como una silueta, como un
velo de mis contornos. Avancé como arrastrándome, temiendo que estuviera
muerto, pero no, estaba más vivo que siempre. Y sobre un sillón ahora estaban
los materiales, y sobre una mesa, la vasija de uvas que Macarena me había
servido, mucho tiempo atrás.
Observé a Any, que desaparecía ante mi mirada. A diferencia
de yo, que no podía desaparecer. Creí que estuve cerca de la verdad, cuando
llegué a un rincón medio iluminado, de la casa de mi amiga abandonada. Allí
estaba ella, Any, que vestía sus ropas negras, fúnebres como siempre. Y su
terso, y pálido rostro sin vida, mostraba una fría indiferencia, alumbrada por
cientos de velas, ordenadas en una lúgubre estantería tras ella.
Su rostro también era lúgubre. Su tez era blanca, como
cuando una persona se sentía indispuesta del estómago, y tiene ganas de
vomitar. Me sentí ligeramente mareado. Entonces, escuché su discurso, que me lo
dio sosteniendo una vela en sus manos:
-La vida es sólo un paso por el umbral de estos ambos
mundos, la realidad de este mundo ha muerto, hace mucho. Una indiferencia
impulsiva te priva del agobio. La realidad es muerte en vida, la vida, es sólo
un largo transcurso, para la postrera muerte, el verdadero, eterno descanso,
que merecemos. Tanto tú, como yo, ahora a ti te espera. Tú verás la verdad en
mí; yo ya he cruzado este quejoso umbral.
Me sentí algo enardecido, ante aquel discurso, pero luego
una pletórica y repentina tristeza me invadió, ante el anhelo y una cobarde
desesperación, de no perder la vida de un momento a otro. Pero ella me lo
aclaraba, y yo ya comenzaba a entender la verdad. Ella ya había pasado por la
muerte, ella no era uno de los vivos; ella ya estaba muerta. Secas, como
sonaban estas palabras. Estaba muerta.
Entonces en la vida no habían esperanzas, sólo tenía que
esperar este largo, que se hacía eterno, paso a la muerte…
Ella me miró. Me perdí en su mirada un momento más. Entre
todas aquellas velas que la alumbraban, y sus ropas negras, parecía una especie
de santa tétrica, oscura. Según la claridad de mis recuerdos, en que a momentos
pensaba que estaba dormido, creo que me murmuró: “Vamos al parque de allí
afuera” y yo asentí, y salimos. Abandonamos más, aquella casa ya abandonada.
Luego llegaron unos amigos, a llamar a la casa de mi amiga
Macarena, a buscarla. No los vimos, no los encontramos. Quizá los dos andábamos
dormidos, y yo a ella la podía sentir viva, aunque verdaderamente era, una fantasma.
El parque, llegamos al parque. Siempre como dos sombras, con
un atisbo apenas naciente, de las perdidas esperanzas. En una banca estuvimos
hablando un rato, a oscuras, como si la realidad se hubiese ido. “¿Así que la
vida, mi vida, es sólo un transcurso?” “Sí”, me respondió, muy convencida. Sus
ojos no mostraban luz, eran ya sólo un abismo de pupilas, sólo oscuridad. La
vida era, sólo un largo transcurso…
Esos momentos de estar con ella, se sintieron como mis
últimos momentos, pero luego me convencí, que la muerte no llegaría. Ella era
mi garantía. Any me hacía sentir seguro. Sí, sentía como si conociera de toda
la vida, a aquella especial vecina mía.
Esta parte la escribí con mucha tristeza luego, recuerdo.
Cuando llegué a transcribir estas experiencias en mis notas. Se me instalaba
una melancolía.
-Es casi el momento de la despedida –me dijo ella. Sólo
entonces, me fijé en los llamativos, delicados detalles que había en sus ojos.
Y aquella exagerada profundidad de sus pupilas.
Me llevó hasta un borde del parque. Hacía mucho tiempo, no
habíamos visto a ninguna persona. Y mi reloj de muñeca, me avisó que eran la
una de la mañana. Demasiado tarde, pero no importaba, yo me quedaba. Nos
recibieron algunas frescas flores, coloridas, aún con el rocío de la humedad. Ella
se puso de espaldas a mí, y contempló aquella grande lápida de dura y fría
piedra. Había una inscripción, que era su epitafio. Allí Any me relató, cuando
había muerto.
Ella había vivido un tiempo en el vecindario. Ahora su
cuerpo era sólo polvo, y su conciencia con algo que le quedó por hacer, se
manifestaba con la forma en que ahora era, una fantasma.
Lo inconcluso que le había quedado por hacer, era darme
aquella revelación, sobre la vida, y mostrarme esta experiencia de muerte. Me
dijo que ella sólo me había conocido, cuando terminó convenciéndose unos días
después de su muerte, que verdaderamente era una fantasma. Entonces la realidad
para ella había muerto.
-La realidad siempre muere –dijo de espaldas mirando su
tumba, siempre convencida-. La muerte siempre llega…
Por un segundo me dio lástima. Ella parecía ya no tener
esperanzas. Yo me ponía en su lugar, aunque yo también, había perdido mis
esperanzas hace rato.
Nos quedamos en silencio. Se me hizo una eternidad. Ella
permanecía así, observando su tumba, y yo, contemplando sus espaldas
fantasmagóricas. De pronto volteó, en un instante, y me dijo:
-Bésame.
Sus brazos al abrazarme, se sentían tan reales… Ella se hizo
real por unos segundos. Y sus labios, me comprobaron que todo era cierto. Sentí
que la conocía de toda la vida, y quizás era así. Quizás ella siempre me había
vigilado a solas. En una dulce caricia de mi beso, la despedí. Entonces se
alejó lentamente, y vi sus ojos por última vez. Se esfumó entonces, ante su
tumba, dejándome parado frente a ella.
En ese momento, me prometí nunca olvidar lo que Any me había
enseñado. La vida era sólo un transcurso. Me quedé allí solo, ante las brisas,
acompañado sólo por el parque. Y cuando ella se había ido, realmente la
extrañé. Sentí que había perdido, una parte muy importante de mí. Y este era mi
desconsuelo.
DarkDose
muy wenaaa!!!!!!!!
ResponderEliminarpor poco y me orino