viernes, 27 de julio de 2012

Sólo otra historia (Inspirado/Relato)


-Escribir sólo a lo que uno le apetece… Parece una buena idea, ¿No? Pues, ¿Qué hacemos cuando no estamos inspirados? ¿Dices que sólo he de llevar el lápiz a la hoja, ponerme a echar unas cuantas líneas, y por arte de magia me inspiraré? –le dijo bastante incrédulo. Parecía haber entendido, pero ahora demostraba, que no lo había hecho del todo.
-Pensé que habías captado la idea… -respondió ella con dificultad.
-Bueno, a medias. ¿Pero cómo escribir sin inspiración? Vaya, si ni siquiera me fluyen las palabras… ¡No me parece obvio, escribir sin inspiración! ¿Es que cómo escribir, si no se te ha ocurrido nada bueno?
-¿A qué le llamas bueno? –preguntó ella con interés, acercándose con una sonrisa pícara.
-Déjame pensar –contestó él, y se fue contra un rincón, donde se puso a meditar. Volvió a acercarse entonces, con una respuesta.
-Pues, algo bueno, vendría a ser algo que complazca a la gente, ¿No crees?
-¿Y por qué complacer a la gente? –le preguntó ella, siempre sintiendo que tenía la razón. Pero así era. Sus palabras a Narciso, lo hacían reflexionar.
-Si complaces a la gente, te dirán que lo que has hecho es bueno…
-¿Un escritor siempre debe estar complaciendo a la gente, no puede escribir lo que le apetezca, lo que disfrute? ¿No crees que complacer siempre a la gente, te limita? –preguntó ella usando una voz de autoridad.
-Bueno, Romina… Quizás en ese punto tienes razón. Pero todavía, ¿Qué sucede si no puedo escribir, si no tengo qué escribir? Creo que un escritor debe ser aplicado, con vocación, debe escribir cada día sin parar, debe escribir día tras día siempre algo. No debe pasar sólo un día en que no haya escrito nada, eso lo hace escritor.
-Allí tenemos varios puntos… -contestó ella- Bueno, dices que un escritor tiene que escribir siempre. ¿Pero si escribe cada día, y lo que escribe no es bueno como dices, no complace a la gente, estará mal? Y si está mal por lo tanto, estará escribiendo basura cada día… Y eso no es bueno por parte de un escritor… Eso no debería proceder de él. ¿Un escritor tiene que ser perfecto? ¿Ves acaso, cómo te contradices? Seguro tu meta es escribir cada día algo nuevo, pero si no tienes la inspiración cada día, no estarás haciéndolo bien, ni disfrutándolo… ¿Por qué no oyes mis opciones, mejor?
Aquella tan extensa respuesta, pareció secarle la cabeza a Narciso. Quedó dándole vueltas un rato al asunto, tenía mucho sobre qué pensar. “Escribir cada día… ¿Sería posible?” se preguntaba. “Pero si no tengo la inspiración cada día, no podría… ¿Acaso debería hacerle caso a ella?” Pero no siguió pensando, porque prefería escuchar la proposición de ella, de las opciones que quería hacerle escuchar.
-Pues dímelas –dijo-, no  tengo apuro alguno.
-Bueno –contestó Romina, y comenzó su discurso:
-Pues primero, como dices, tu meta es escribir cada día. Pero no siempre estás inspirado. ¿Pero sabes?, tengo la fuerte creencia, de que siempre puedes escribir, aunque no estés inspirado. Es tan simple, como dedicarte a hacerlo, y arrojar algunas líneas a lo que te gustaría escribir, algún tema que te parezca bastante interesante… ¿Ves cómo es más simple de lo que parece, y de lo que se ve? Recuerda que el escritor tiene control sobre sí mismo… La inspiración quizás es algo divino, que te llega desde el cielo, pero así como tú ves lo que quieres hacer con ella, también tú como escritor, decides qué escribir. Y siempre habrá un interés escondido, algo que quieres relatar, ya sea lo que veas día a día, inconscientemente, o lo que escuches por ahí. Siempre quieres relatar algo. Ahora, cuando estás con el lápiz, o con el teclado, ¿Por qué no escribir simplemente lo que te gusta, si te estás muriendo por escribir, y sientes que no estás inspirado? ¿No es eso lo que hace un verdadero escritor? Dime tú, ¿Acaso se le puede considerar escritor, a alguien que no escribe para sí mismo, sino que escribe para complacer a los demás, para que le digan que sus historias son buenas, y que por lo tanto se está exigiendo y presionando a sí mismo? ¿Eso es ser un escritor, escribir como contratado? ¡No! Un escritor siempre ha sido el que escribe lo que le dé la gana, el que disfruta haciéndolo. Y por eso sus historias o sus líneas maravillan, ¡Porque le salen del interior! Porque son anhelos o deseos escondidos, que él sí se atreve a contar, y tiene la facilidad para hacerlo, son historias que han surgido de él, que sabe cómo darles estructuras, y a todo le da su toque especial, que nadie se lo impone, sino que nace de él mismo. ¡Eso es ser un escritor! –dijo, casi gritándole al rostro, pero con bastante calma también, e intenciones de aclararlo.
-Vaya… -contestó él enmudecido, casi con lágrimas brotando de sus ojos.
-Un escritor, no es quien está aguardando por la inspiración, y por mientras se queda sin hacer nada… Un escritor, es quien ama escribir, quien ama tener siempre algo que contar, porque le nace desde dentro… Ese es un escritor, alguien realmente apasionado y vivo.
Tras un momento, él contestó:
-Estabas enardecida… Te emocionaste con este discurso, me has dejado varios puntos claros, ¿Sabes? Creo que me mantendré toda la noche pensando en esto, quizás hasta vaya a soñar contigo… No sabía que tuvieras aquel grandioso poder, de aclarar y confortar tan bien a la gente…
-No es nada –contestó ella sonriendo-, y si aún quieres tu inspiración, déjame darte un poco de ella ahora… A ver si esto te inspira –añadió con misterio. Se acercó a él, y se desabrochó el escote, descubriendo unos hermosos y redondeados pechos, que abalanzándose sobre su rostro, hicieron a Narciso sonrojarse. Entonces Romina volvió a decir:
-¿Quieres jugar esta noche? Te apuesto que mañana por la mañana, despertarás inspirado.
-Claro –respondió él, desprendiéndose de sus vestimentas-. Vamos a tener una probada, de aquella dulce inspiración, a ver cuánto me puedes inspirar… -dijo, acercándose al dulce cuerpo y tentador descubierto de ella. Y así estuvieron, toda la noche. Entre fogosos momentos, y la luz de la habitación, que de vez en cuando parecía irse a apagar, y que hacía un calor inmenso en el lugar, y que aunque la luz se hubiese apagado, no hubiesen quedado a oscuras, porque las ventanas estaban abiertas, y la calidez de su pasión encendía todo el lugar como una intensa vela, o un fuego avivado.

DarkDose

 

miércoles, 25 de julio de 2012

La Artesana del Dolor (Terror/Relato)

La tarde poseía un extraño tinte negro, un tanto fúnebre. Como si la desgracia poblara los cielos. Podían surgir varios vaticinios adversos, de los nefastos firmamentos. Una tarde tan apagada, sólo podía presagiar cosas malas. La ciudad se veía envuelta en un ambiente siniestro. Parecía que la tarde caería, cubriendo todo, y sumiría todo en tinieblas. Este tipo de cielos, gustaban a algunas personas. Especialmente a los brujos, y los que tenían gusto hacia lo oscuro.
La tienda esotérica humeaba. Los calderos despedían la humareda, ardiendo en pociones extrañas. El edificio era de madera húmeda y vieja. A través de la chimenea, la única abertura, salían aquellos vapores. Tenía apenas dos ventanas, teñidas en humedad, como una choza rústica, en medio de la ciudad. Adentro por supuesto, la oscuridad abundaba, y devoraba. Estaba repleta por los más misteriosos objetos, adornos y accesorios. Había desde las pociones más extrañas, collares y libros antiguos, hasta muñecos de tortura. Había un diverso repertorio. De todo lo que se podía encontrar había, en cuanto a los trabajos de la brujería.
En aquel preciso instante, una fina silueta abandonaba la tienda de esoterismo. El brujo que atendía, un sujeto joven, cubierto enteramente por una túnica negra, que tenía la mirada cubierta por un velo negro también, y que sus largos y lisos cabellos del mismo color, aparecían por los bordes de su sombrero puntiagudo, despedía a la cliente fingiendo afabilidad. Entonces, se sobaba las manos, y volvía a entrar a su tienda, sonriendo misteriosamente. En la espera, porque su clienta fuera a volver algún otro día, porque era clienta habitual.
Marilyn caminaba por las calles desprovistas de luz. Sólo algún farol, iluminaba a la distancia, y su apenas débil rayo de luz, recorría apenas los contornos de los muros sin vida. Llevaba aferrado contra su pecho, el nuevo muñeco que había comprado en la tienda esotérica. Hace días había estado practicando los métodos de tortura, mediante muñecos en la brujería. Necesitaba la foto de la víctima, y unos clavos especiales. Esta semana iría a intentarlo de nuevo, en su taller, bajo su habitación. Esperaba que el muñeco, resultase valer todo el dinero que había costado.
“Muchas gracias por su compra. Este muñeco es duradero. No te durará sólo una semana, como los otros. Estas monedas de oro que me has dado, valdrán la pena. Este muñeco merece su precio, te lo aseguro” le había aclarado el vendedor. Marilyn sólo esperaba, que aquellas palabras fuesen ciertas.
Pasamos a mencionar algunos detalles sobre nuestra peculiar chica, Marilyn. Marilyn era, una adolescente, de catorce años de edad. No tenía padres. Nadie se los conocía, ni jamás se les había visto. Todo el tiempo, su casa había estado abandonada. Nadie se explicaba, desde hace cuánto vivía en su hogar, ni de dónde había aparecido. La solían señalar por costumbre, como “la chica sombría que se paseaba por las calles”.
Marilyn, a pesar de su tétrico aspecto, era una chica bastante agraciada. Su mirada estaba llena de sombras, se delineaba los ojos exageradamente, al punto de que pareciesen rasgados en pintura negra. Pero de esta forma también, destacaban sus intensos e inmensos ojos marrones, como el tinte de la sangre derramada que ha estado mucho tiempo en un lugar. Su rostro era blanco y terso, parecía muy bien cuidado. Seguramente Marilyn no estaba preocupada de aquello, pero era un hecho, de que tenía un lindo rostro. Sus cabellos, eran rizados y dorados. Si se veía desde lejos, lo primero que se podía notar, eran unos dorados cabellos, unas ropas negras, y unas chispas rojas, que eran sus ojos. Si Marilyn buscaba espantar con su aspecto, lo conseguía. Pero no podía negarse también, que pese a lo sombría que era, tétrica, también era muy atractiva. Las miradas no lograban engañarse evitando verla. Volteaban hacia ella todo el tiempo. Más de alguno codiciaba lo que no podía tener. Más de alguno, se veía tentado a tantas sombras…
Por lo tanto, Marilyn era agraciada. Pero también era como una lágrima, de un cielo de tinieblas. Su personalidad era tan fría, que hería punzantemente. Una palabra hacia Marilyn, solía ser una palabra perdida. Si se decía que había ser sin sentimiento alguno, ese era ella. Estaba desprovista de los sentimientos más tiernos, como el amor, el cariño, o el apego. Por supuesto también, no conocía de compasión. Marilyn simplemente, no reaccionaba hacia el mundo de las personas que la rodeaba. Prefería poner una barrera ante ese mundo, e internarse en sus sombras. Nadie sabía tampoco, si lo hacía consciente o inconscientemente. Pero simplemente, aquella era su forma de ser. Bastante peculiar.
Marilyn iba pensando por las calles, y luego cuando llegó hasta su hogar, que debía darle un nombre al muñeco con el que iría a trabajar. Su hogar, era un infierno. Las palabras podían exagerar, pero si se ingresaba por primera vez a su hogar, aquel ambiente se percibía, aquel significado llegaba. Hacía un calor agobiador, y a veces era frío, como la Antártida. Pero siempre sus muros marrones, como las llamas, causaban aquel sentimiento de ansias, de desesperación. Todo el hogar estaba pintado de rojo, y sólo las sombras que entraban, hacían cambiar los colores a tonos más oscuros, más infernales aún. Aquel tremendo silencio dentro, era engañoso, era como si miles de gritos de demonios se oyesen, y a la vez, era como si no hubiese ruido alguno, tan desolador, que hacía creer que el mundo había muerto. Además, su hogar se había llenado de odio, agobio, rencor y desprecio todos aquellos años, y de todos los sentimientos negativos que existían. Aquella había sido la cuna de Marilyn, ese era su hogar. Y había nacido entre las llamas, entre la agonía, entre el rencor eterno, y en la cumbre de las sombras.
-Paul… será tu nombre –determinaba Marilyn, mientras depositaba al muñeco de trapo sobre una mesa. Tenía dos botones como ojos, y una boca cosida. Su expresión era entre una infantil felicidad, y una maldad escondida. Llegaba hasta lo siniestro. Marilyn había escogido a aquel muñeco, le había bastado sólo contemplarlo una vez (El más aterrador de la estantería), para decidirse a llevarlo, luego de varios días de ahorros. Era necesario mencionar, que en la tienda esotérica todo estaba a un muy alto precio, porque el brujo debía viajar a los lugares más escondidos, extraños, peligrosos y de pesadilla, para conseguir sus mercancías y otras cosas.
A mitad de la noche, la televisión estaba encendida. Se había cambiado a un canal, que a aquellas horas no funcionaba, emitiendo terrorífica interferencia. Sobre el sofá frente al televisor, había alguien, estaba Paul, el muñeco de trapo, muy acomodado. Había llegado por sí solo allí. Formaba una sonrisa, en su boca cosida, y su cuerpo caía casi contra el borde, apoyado contra una almohada. Seguramente había caminado por el pasillo, hasta llegar al sofá. Marilyn había salido, o estaba durmiendo. Lo más probable, es que había salido. El muñeco llevaba varias horas allí, en aquella posición. Era bastante atemorizante contemplarlo. En cualquier momento se levantaría, y se largaría a caminar.
Había una inmensa luna llena. Tan inmensa, que parecía no caber en el cielo, sin embargo, ajustaba perfectamente también. Sobre un muro, había un alma solitaria. Era un alumno de la escuela cercana, tenía por nombre Ismael. Llevaba una boina sobre su cabeza, y tenía un cuaderno en sus manos, que jamás abandonaba. Con el lápiz, iba creando líneas. Estaba sentado encima del muro, y a ratos, contemplaba el cielo y la luna llena para inspirarse. Le gustaba contemplar la ciudad de noche. Una brisa de pronto, quiso arrebatarle la boina, pero se la ajustó. Continuó observando, y apreciando. A ratos se decía cosas.
-Linda ciudad, linda de noche… En la noche todo es más calmado. No hay etapa del día que brinde más serenidad a mi ser, que en la noche… -y sonreía.
Vio una silueta pasar por las calles. Tenía las curvas de una mujer, bien marcadas. Vestía de negro, con unos trapos que parecían llegarle hasta los pies. Sus cabellos eran rizados y rubio oscuro, en la noche. Sus ojos marrones parecían centellear. Llevaba una vistosa y pura cruz de plata. Caminaba tranquilamente. Era Marilyn. Llevaba la mirada hacia el frente, como si no hubiera nada más a su alrededor. Ismael se ajustó la boina, subió su cuaderno, y observó curioso. Apegaba su mirada a las hojas, por si se le ocurría algo para escribir.
Sintió como si su cuerpo parecía encenderse. Era una agradable sensación. Aquellas llamativas curvas, aquel misterio, parecían encantarlo. No tenía idea de lo siniestra que era aquella chica, aunque parecía percibirlo inconscientemente. Pero estaba cegado por el atractivo que veía.
-Vaya, ¿Y quién es aquella chica? ¡Es muy atractiva! Mis ojos se van hacia ella… ¿Cómo es que nunca la había visto en la ciudad? –parecía esforzar los ojos para contemplar mejor. Tenía el cuaderno sobre el pecho. Comenzó a escribir un pequeño relato de sólo unas líneas, que hablaba de un ángel negro de cabellos rizados y dorados, que atravesaba las calles de la ciudad. En el relato entonces, él iba, le hablaba, y se la llevaba consigo. Pero en su realidad, no haría eso. Sólo se limitó a mirar desde el muro.
-Es bastante… No, no tengo palabras. No la había visto nunca, pero ha llamado más mi atención que toda persona a quien he visto en esta callada ciudad…
Los edificios de noche se veían serenos, los edificios que estaban dentro de las murallas. Marilyn se dirigía por las calles, hacia las afueras, donde los paisajes se volvían más oscuros. Y el exterior, hasta era peligroso. Había desapariciones de vez en cuando. Claro, ¿Quién no se perdía en la oscuridad, en el exterior, donde no había luz ni vivía el humano?
Como Marilyn continuó avanzando por las calles, y se perdió, llegando hasta los exteriores de la ciudad, Ismael descendió rápidamente del muro. Se sostuvo la boina mientras corría tras ella. La iría a seguir. Tenía el sentimiento, de que no quería perderla aquella noche, y quería averiguar más. Había una ligera niebla sobre los cielos.
Marilyn se dirigió hacia el cementerio, en las afueras de la ciudad. Hasta allí, al exterior, llegó Ismael, esquivando la maleza imperceptible por la oscuridad, y los árboles húmedos y viejos. Había mucha naturaleza, pero no había animales. No había nada de luz. Ismael a tientas, pisando con cuidado y casi a saltos, llegó hasta el cementerio. No vio a Marilyn, pero dedujo que ella había entrado allí, porque era el único rumbo en aquella dirección, y las puertas estaban abiertas hasta atrás.
Eran altas horas de aquella algo estremecedora noche. La temperatura estaba media, pero hacía más frío que calidez. Ismael se abrigaba bien, y recorría el cementerio, entre ligeros escalofríos por las tumbas. Pero se sentía más tranquilo, de lo habitual que era asustarse al pasearse por un cementerio. Estaba tranquilo, porque aquel ambiente en cierto modo, también le gustaba. Algunas noches venía, y se subía a los muros o alguna tumba, y observaba los árboles y los paisajes muertos, y comenzaba a describir. Pero claro, no era todas las noches. A veces había fantasmas, y eso sí que realmente le espantaba.
Como recorrió por varias horas, sin encontrar a Marilyn, comenzó a pensar en retirarse, muerto de sueño. Y cuando iba retrocediendo, contempló una tumba abierta. Vaya, ¡Qué hermosa le resultó aquella visión, dentro también de lo profundamente escalofriante que era! En la profundidad de la tumba, había una tierna figura. Estaba Marilyn; se veía muy hermosa. Su cuerpo que parecía delicado, de generosas curvas y belleza, estaba algo descubierto entre aquellos trapos negros que la envolvían, parecía acurrucada sobre la tierra, en la profundidad, y parecía dormir. Unos velos negros rodeaban su atractiva figura, con misterio. La rodeaban, como envolviendo a un ángel negro caído, de sus heridas, o simplemente, adornando su sensual cuerpo. Ismael deseó por un momento ser aquellos velos negros. Marilyn dormía, y respiraba tranquilamente.
Sin embargo, Ismael no supo qué hacer, y quiso retroceder, cuando contemplando hacia la profundidad, Marilyn despertó. Sus ojos se abrieron de un momento a otro, se sentó, y comenzó a levantarse, aferrándose a los bordes. Una vez fuera de la tumba, le dirigió una fría mirada a Ismael, carente de todo sentimiento. Quizás hasta despreciativa, pero no parecía aquella la intención. Marilyn entonces se retiró. Ismael estaba aterrado. Entre lo tranquilamente que ella dormía, no pensó que iría a despertar. Sin embargo, luego Ismael se quedó solo en el cementerio. Y se sintió en las nubes. ¿Estaba enamorado? No lo pensaba así. Pero maldición, ¡No podía sacar a Marilyn de su mente!
Una tarde, todo tuvo un brusco final. El suceso, comenzó a desarrollarse en la escuela. Pero previamente a esto, Ismael había intentando volver a ver a Marilyn por la ciudad. Pero no la veía en ninguna tarde, ni ninguna noche. Sin embargo, había averiguado dónde estaba su hogar. Muerto de terror, había entrado a la tienda esotérica. Allí, se las había ingeniado para sacarle aquella información al vendedor.
-¿Cuánto cuestan aquellos muñecos? –fue lo primero que preguntó, al observar los muñecos de trapo. Había venido sólo una vez antes. Había salido aterrado, al contemplar aquellos desfigurados y mortificantes muñecos. Hasta agobiantes.
-Cinco monedas de oro –respondió el vendedor-, No, ahora que recuerdo, los subí a ocho. Debo ir a una tierra de brujos a buscarlos; arriesgo mi vida.
Ismael se mantuvo pensativo.
-¿Qué le sucedió al de mediano tamaño, que siempre parecía contemplar a los clientes? –preguntó. Porque la única vez que había venido, sintió como si aquel muñeco se hubiese quedado contemplándolo tétricamente.
-Pues se lo llevaron –contestó el vendedor.
-¡No puede ser! –fingió asombro Ismael. El vendedor lo miraba con desconfianza- Lo que sucede –explicó Ismael-, es que iba a tener un ritual estos días… ¡Y necesitaba aquel muñeco!
El vendedor lo observó aún más extrañado. Pero estaba acostumbrado a las locuras de sus clientes. Le dijo:
-Si tanto lo quieres, ve y cómpraselo a la chica a la que se lo he vendido, ¿Si? A mí no me molestes.
-¿Cómo era ella? –preguntó Ismael. El vendedor se la describió de tal forma, que supo que era Marilyn. Cabellos rizados, trapos negros, una mirada sombría de ojos marrones…
-Mi mejor clienta –añadió. Parecía haberse fijado en su atractivo también, a pesar de lo avanzado de edad que tenía él. Tras el mostrador, no se avergonzaba.
-Pero… -dijo Ismael- Debo conseguir aquel muñeco a toda costa. ¿Sabes por casualidad, dónde puede estar el hogar de ella? –y entonces Ismael creyó que finalmente obtendría la información que quería. Como iría a esperar, el vendedor le dio la dirección.
-Puedes ir a buscarla, y ofrecerle dinero por el muñeco. Quizás te lo venda, pero ofrécele una buena cantidad. Ya te he dicho, su hogar está en la calle que da a la salida de la ciudad, donde por allí no pasa gente. Creo que a mi clienta como yo, no nos gusta la gente… -y le dirigió una obvia mirada de desprecio a Ismael. Éste, sin hacer nada más que dar las gracias, comprendió, y se retiró, cerrando la puerta y dejando la tienda sumida en tinieblas.
Entonces, ya había averiguado dónde estaba el hogar de Marilyn. Sin embargo, se paseaba diversos días por allí, y nunca la encontraba. Como su curiosidad lo venció, un día vio la puerta abierta, e ingresó. Los muros eran rojos. La televisión estaba encendida, era tarde, cuando ya se había oscurecido. Apenas estuvo dentro, había contemplado a aquel muñeco que le levantó los pelos de la cabeza del susto: estaba sobre el sofá, acomodado, contemplando la televisión. Pareció escucharlo murmurar:
-¿Qué haces en el hogar de mi ama? Despreciable humano.
Pero pensó que había sido sólo su imaginación. Más lo valía así… O se hubiera partido por dentro del terror. Caminaba, y el muñeco parecía observarlo. ¿Pero qué pensaba? Los muñecos no hablaban…
Recorrió el hogar de Marilyn. Esas no eran sus costumbres, y nunca se había adentrado en el hogar de otra persona. Pero, el impulso podía más. Aquel impulso, como un enamoramiento, por volver a apreciar aquella belleza y misterio otra vez. Sólo necesitaba ver a Marilyn una vez más, ¡Sólo una!, y se contentaría…
Pero el hogar era de bastante reducido espacio. La habitación de Marilyn estaba cerrada. Lo que le desconcertó, fue tirar de la puerta, y al comprobar que no abría, observó unas escaleras como escondidas a un lado. Descendió, y se encontró con un cuarto más cerrado, de más pequeño espacio. Era un taller. Sobre un muro, había una gran mesa metálica. Arriba de la mesa, varios muñecos de trapo, de distintos tamaños, con clavos atravesados hasta en los ojos, en los hombros y en sus vientres. Había una gran mancha de sangre sobre la mesa metálica. En el taller, había otras cosas como herramientas que parecían de tortura, sillas de acero y cosas así por el estilo. Había un gran olor a sangre. Había también una estantería, llena de libros, y con algunos cráneos de personas. ¿De dónde diablos ella había sacado todo eso? No quiso pensar que se trataba de una asesina. Como le aterró tanto, se vio impulsado a salir del lugar inmediatamente, pensando jamás volver…
Pero así como había transcurrido aquella tarde, al otro día, había asistido a la escuela. El día había estado normal y tranquilo. Cuán grande sería su sorpresa, sin embargo, cuando la tarde cayó otra vez, dejando la escuela parcialmente a oscuras, y cuando caminaba por un pasillo para retirarse hasta su hogar, contempló varias siluetas. Tres de ellas, parecían estar en contra de una. Se acercó, y desde el comienzo del pasillo contempló de qué se trataba.
Estaba asombrado. Marilyn estaba allí. Y frente a ella, había tres niños de grados más bajos. Eran más pequeños. Marilyn les prestaba atención, pero no hacía gesto alguno; sólo se limitaba a mirarlos. Aquellos tres niños parecían ser familiares. Entremedio de ellos, había uno casi arrodillado, temblando y tapándose la cabeza. Los otros dos increpaban duramente a Marilyn, y la desafiaban.
-¡Sabemos que eres una bruja, o quizás hasta una muerta! –Le decía el primero, exasperado- ¿Qué le has hecho a nuestro pequeño primo, lo has maldecido? ¡Se ha sentido todo el día mal! Y dice que de sólo verte, ¡Siente un gran terror!
-Sí, está seguro de que tú le has hecho esto –decía el chico al otro lado, furibundo.
Marilyn no contestaba nada, se reservaba sus respuestas. Ismael pensó que debía intervenir, pero luego, rechazó aquella idea. No sabía cómo iba a reaccionar Marilyn, si es que él se entrometía.
-No deberías tener derecho a pasearte por estos pasillos, con esa apariencia… -volvió a decir el primero, con bastante desprecio, frunciendo las cejas.
Los chicos luego, se vieron más dominados por sus iras, y con los estantes de respaldo tras ellos, comenzaron a arrojar libros y manzanas a Marilyn, que habían en los compartimientos. Ismael pensó, que no debía meterse en problemas. Le daba temor, pensar que si interfería y tiraba al piso a aquellos tres chicos, Marilyn apenas le agradecería el gesto. Por lo que pensó, que sería mejor retirarse, y lo hizo, y abandonó la escuela. Pero Marilyn sin embargo, no iba a quedarse así. No dejaría que aquellos libros y manzanas se estrellaran contra ella como si nada. Caminó, con total tranquilidad, ignorando completamente a los ensañados estúpidos chicos, y como por arte de magia oscura, las manzanas y los libros arrojados a ella le rebotaban, se desviaban, pasaban por el lado, pero jamás le daban. Los chicos observaban atónitos. Comprobaban, que aquella ser, no era para nada normal.
Ismael a la salida, llegó hasta el buzón de la escuela. Volteó a observar los contornos sombríos del edificio, su gran sombra. Vio a Marilyn saliendo, por el pequeño sendero, a la salida de las puertas del establecimiento. Caminaba siempre, como lentamente, como sin vida, como si no tuviera algo que le importara. Ismael con lástima abrió el buzón: Allí, estaba repleto de cartas de amor, que le había escrito todo este tiempo a Marilyn. Ella ni siquiera se había molestado en sacarlas. Él sentía que se le partía el corazón, pero debía reponerse luego de todas formas, igualmente.
El brusco final de aquella historia, de aquel encuentro con el destino, cuando Ismael se vio como flechado y cautivado, aconteció a la tarde siguiente. El día había transcurrido normal. Observaba a escondidas a Marilyn en los recreos. ¿Desde cuándo iba ella en su escuela?, se preguntaba. Pero los chicos el día de hoy, no habían molestado para nada a Marilyn. Es más, ni siquiera habían venido. Era como si hubieran desaparecido.
El cuaderno de Ismael se había llenado de líneas a Marilyn. Como aquella tarde transcurrió lenta, y sin demasiado interés, se retiró de la escuela, directo con rumbo a su hogar. Sin embargo, algo de lo que luego se iría a arrepentir, lo hizo voltearse, y tener deseos de ver a Marilyn. Aquella tarde, debía verla, sí, por última vez. Y sólo entonces, comenzaría a olvidarla. Porque sabía que con ella, no había camino alguno, que no había esperanza por tomar. Con ella, no había oportunidad, por muy hermosa que fuera.
Llegó hasta el hogar de Marilyn. La puerta, estaba eternamente abierta una vez más. Sobre el felpudo de entrada, que decía “Infierno” en vez de bienvenida, estaba tirado Paul, el muñeco de trapo. La noche había caído. Estaba la luna llena. Ismael no tenía nada más que hacer. Se dirigió hasta la entrada del hogar, y recogió al muñeco entre sus manos. Estaba algo aterrorizado, el muñeco otra vez parecía contemplarlo. Y estuvo seguro, de que murmuró ahora:
-¿Qué haces, has venido a ver a mi dama? ¿Quieres encontrar una muerte? ¿O quieres ver las horribilidades que ha causado ella? Si vas a entrar, contemplarás.
¿Qué diablos?, pensaba. El muñeco era capaz de formar todo un discurso. Ismael pensó que había perdido bastante la cordura, que estaba volviéndose loco, para imaginarse al muñeco hablar así de estructuradamente. Lo tiró con violencia contra el suelo, e ingresó al hogar, de golpe entonces. No le interesaba que no hubiera nadie, como que hubiera estado Marilyn. Después de todo, su propósito era verla.
Pero… aquello fue lo peor que se le pudo haber ocurrido. Porque recorrió el hogar, y una vez más, se vio en el deber de bajar hacia el sótano. Allí estaba la puerta del taller. No estaba entreabierta; estaba cerrada, pero no asegurada con llave. Tiró el pomo lentamente, sin saber lo que iría a develar, lo que le iría a esperar. Abrió lentamente, aumentando el suspenso.
-¡Dios mío, Marilyn! –gritó del espanto al llegar hasta el taller. Allí estaba Marilyn. ¿Habíamos mencionado sus pasatiempos? Sí, Marilyn era algo parecido a una bruja. Pero llegaba más allá de eso. Le encantaba causar dolor. Estaba allí, realizando torturas en su taller, embrujos, y encantamientos. Allí pasaba la mayor parte del tiempo. Oh sí, ¿Habíamos mencionado el nombre de los tres chiquillos, que pretendían discutir y fastidiar a Marilyn?
Por cierto, ellos también estaban allí. Pero en una forma diferente. Ismael observó con horror. Paul bajó las escaleras, y llegó caminando hasta el taller, para ponerse de pie entre la abertura de la puerta, y observar, y reír malévolamente, divertido, con su boca cosida. Marilyn estaba frente a la mesa metálica. Sobre ella, había tres muñecos colgados, de tamaños casi reales. Las luces estaban encendidas, pero justo en aquel momento, se había cortado la luz en la mayor parte de la ciudad. Los muñecos llevaban inscripciones a sus pies, que por cierto, eran los nombres de aquellos tres chicos. “Manuel el del medio, Iván, el pequeño atemorizado por Marilyn como por un mal de ojo, y Gonzalo, el mayor”. Marilyn los había disecado. Les había arrancado la piel, y las había puesto dentro de la de los muñecos de trapo, que habían servido como moldes. Estaban atravesados por muchas agujas, en las partes más sensibles de sus cuerpos. Agujas tan grandes, como un brazo, gruesas y afiladas de tal manera, que era doloroso verlas. Los muñecos parecían botar lágrimas del sufrimiento. Marilyn simplemente volteó, observó a Ismael, y le dijo:
-¿Qué haces molestando aquí? Puedes retirarte, estoy haciendo mi trabajo.
Ismael estuvo paralizado por el terror. Lentamente, caminó retrocediendo, contemplando aún la escena pasmado, y llegó hasta la puerta. Un escalofrío no lo dejaba en paz. A través de la puerta entreabierta, Paul, el muñeco de trapo, le aferró una pierna. Y en su otro brazo, tenía un cuchillo de cocina. Ismael aterrado, dio un gran salto, y corrió por las escaleras, y salió atropelladamente del hogar. Corrió por las calles, y no se detuvo. Nunca más volvería allí. Y para retenérselo, gritaba mientras corría sin aliento:
-¡No volveré allí, no volveré allí! ¡Jamás pondré pie en aquel infierno!
Y todo había sucedido, porque se había fijado en Marilyn. Y había llegado más allá de donde debía llegar. En el mundo, y en aquella ciudad, no todas las personas son normales. A veces, ángeles negros o personas que parecen provenir del mismo infierno, caminan entre nosotros. Marilyn era alguien especial. Marilyn causaba el sufrimiento, es lo que hacía. Marilyn era, una artesana del dolor.

DarkDose

 

La Estación de Bus (Inspirado/Relato)

Era un día tranquilo, todos los días eran así. Por la mañana, en la Estación de Bus, donde iban los jóvenes, a tempranas horas del día. Eran apenas las diez, cuando iban camino a los servicios de comedores, a tomar desayuno. No siempre se iba a la estación a abordar un bus, de hecho ellos nunca lo hacían. Quedaban de acuerdo para ir al lugar, sólo como punto de reunión, y pasar la tarde agradablemente. Ya era un destino establecido; siempre se reunían allí. El grupo estaba conformado por tres amigos de la infancia, que jamás se separaban. Drake, era el mayor, un chico con gusto por la música ruidosa, que permanecía bastante serio. Lucía, la chica del grupo, unos meses menor que el primero, era de clase alta, vivía en los sectores más acomodados, pero no abandonaba sus fieles amistades. El tercero, Pedro, era un chico modesto y normal, bastante amistoso, que tampoco jamás se separaba de sus amigos, y era bastante fiel a ellos.
Pasaban frente a la boletería, pero no la necesitaban. Entonces seguían su camino hacia las escaleras mecánicas, donde tomaban un atajo hacia los comedores. Pedro iba bastante fatigado. Sentía la hambruna en su estómago quemar. Llevándose una mano, mientras caminaban agobiado, dijo:
-Vaya, esta hambre me mata. ¿Alguien trae suficiente dinero? Creo que ordenaré dos bandejas llenas…
Observó a Drake entonces de lateral.
-Traigo unas monedas… -contestó Drake sin esbozar expresión alguna, con la mirada al frente.
-Si les falta dinero, yo pondré lo que necesitan, no se preocupen –respondió Lucia sonriendo bastante amigable. Jamás permitía que se pasaran, en cuanto al dinero que necesitaban. Pero si faltaba apenas algún centavo, ella lo ponía. Después de todo, se sentía casi obligada a ser atenta con sus amigos, pues les tenía un gran cariño y siempre había sido protectora.
Buscaron una mesa, y se acomodaron. Llegaron las bandejas entonces. Drake se perdía con la mirada, más allá de las ventanas, donde caía la mañana en su envoltura blanca, como niebla. Afuera el clima estaba un poco frío, pero en los comedores había calefacción. Él como siempre, estaba un poco separado, Lucía y Pedro tenían las sillas juntas. Pedro había ordenado dos hamburguesas inmensas, que ahora devoraba. Drake tenía su bandeja frente a él, pero la hacía a un lado; después de comer algunas patatas fritas, ya no se sentía con hambre ni con ánimos.
-¡Vaya comida! –expresó Pedro luego de haber terminado, con el estómago más que lleno. Lucía miraba con atención a Drake, que parecía distraído. Estaba perdido en sus pensamientos.
-¿Y ahora qué haremos? –preguntó Pedro. Drake continuaba abstraído. Respondió, casi sin prestar atención:
-No lo sé, creo que ahora vamos a los videojuegos.
-Bueno –contestaron ambos.
Llegaron hasta los videojuegos, o se iban acercando, pero Drake continuaba con una incómoda sensación, que no expresaba en su mirada. Sentía como, si la oscuridad se fuer a apoderando de un rincón de su mente. Veía como si su vista se nublara, pero esto lo desconcertaba. Se preguntaba por qué sentía esto, entonces recordaba. Cada vez que sucedía algo lo bastante malo, él era lo bastante sensible como para presentirlo. Siempre había tenido aquella cualidad, que guardaba en silencio. Era como una especie de cualidad, de sentir con anterioridad el augurio de lo que iría a suceder. Y ahora, después de tantos años sin despertar, esta sensación se sentía más intensa. Algo muy malo estaba a punto de suceder, pero, nada parecía enlazar. ¿Por qué sucedería algo malo? Estaban en la estación del bus, donde raramente pasaba algo, y estaba en su grupo de confianza, con sus amigos. Pensaba quizás, si se iría a equivocar alguna vez. Pero su estremecedora sensación jamás le había mentido.
La última vez, había sido cuando pequeño. Él debía haber tenido unos diez años. Estaban en navidad, junto al árbol decorado. Sus padres habían salido por los regalos, de compras. Entonces, él se había quedado a solas con su pequeño primo, de unos cinco años. Recordaba que estaban jugando, y entonces, aquel oscuro vaticinio lo dominó. La incómoda sensación se apoderó de él, sin saber qué ocurría, ni por qué sentía aquello. Pero lo cierto, es que se había paralizado, y se había distraído de la realidad, y no podía continuar jugando con su primo. Al lado de ellos, había una chimenea. Su primo había estado jugando con unos coches de juguete. De pronto, la sensación se intensificó, y sólo alcanzó a contemplar, a su primo de pie, balanceándose con los coches en mano, como si hubiera estado mareado. Segundos después, estaba ardiendo ya dentro de la chimenea. Oyó el estruendoso abrir de las puertas, y entraron las siluetas de sus padres. Sacaron con prisa desesperada a su primo desde la chimenea, y allí acababan sus recuerdos. Lo único que tenía en mente, es que la sensación la había sentido antes, y así se había desarrollado.
Lógicamente, en aquel momento le había dado un inmenso escalofrío ver arder a su primo en las llamas de la chimenea. Pero ahora, aquellos recuerdos parecían lejanos. Estaba demasiado alejado de la realidad, y sentía cómo sus amigos le hablaban y lo remecían, y él no contestaba. Entonces, como un cable a tierra, tuvo que reaccionar, para volver a estar consciente.
-¡Drake! –lo remecía Pedro- Tenías la vista ida, ¿Qué te sucedía?
Drake titubeó.
-¿Yo? Eh, nada…
-¿Estás seguro? –le preguntó Lucía preocupada. Drake asintió, entonces ambos comenzaron a calmarse.
Pero volvió a abstraerse en sí mismo. Escuchaba luego, como si estuviera a bastante distancia, a Pedro con silenciosa voz murmurando:
-Lucía, ¿Tienes dinero para más fichas?
Estaba jugando a un videojuego. Drake contemplaba la pantalla, y sentía como si las luces le hiciesen doler los ojos. Sintió como si sus pupilas se adentraran en la pantalla, y se comenzó a sentir cegado. Le dolió la cabeza fuertemente, hasta que comenzó a declinarse, y cayó al suelo, desfalleciendo. Seguidamente, contempló los rostros borrosos de sus amigos, ante su mirada, intentando ayudarlo.
Despertó, desorientado, perdido en algún lugar. Lo rodeaban montones de cables, y las máquinas de videojuegos emitiendo luces y sonidos, pero ya no había nadie allí. Todo el lugar estaba abandonado. Recorrió, saliendo de aquella sección, pasando por los comedores, pasillos, y otros lugares, comprobando también que toda la estación estaba abandonada. A través de las ventanas del segundo piso, contemplaba hacia afuera, mirando que todavía pasaban automóviles, y todo transcurría con normalidad. Pero si iba hasta las puertas de entrada de la estación, éstas estaban cerradas. No había salida, y estaba atrapado en el sector.
Era una pena. Aquel juego de luchas le gustaba bastante, pero se había sentido demasiado mareado como para reaccionar. Ahora desconocía qué había sucedido. Toda la estación estaba vacía. En sus sueños alguna vez, había anhelado, cómo había quedado vacía, sólo para él. Pero la realidad era muy distinta a los sueños; ahora era escalofriante. Porque en el fondo, no había personas. Y como no las había, estaba solitario ahora y nada funcionaba.
Recorrió la estación. Pasó por los corredores, y por el sector donde partían los buses. Todos los buses estaban allí, sin embargo, no había movimiento alguno. Parecía que todos habían llegado ahora, para estar distribuidos en hilera. Parecía que alguien los había dejado así. Pero ahora, hasta el último rincón estaba abandonado. Drake ya comenzaba a sentir escalofríos. ¿Cómo podían haber desaparecido todos de un momento a otro?
Pasó por unos de los corredores, que llevaban hasta unas amplias escaleras, que conducían al segundo piso principal. Había una silueta, retorciéndose a un lado. Parecía tener un bolso. Drake, desconcertado, avanzó lentamente con cautela. Creyó distinguir aquella sombra. Con voz bastante dudosa, murmuró:
-¿Lucía, eres tú?
La sombra se volvió rápidamente hacia él, y se le precipitó encima. Drake extendía sus brazos, para retener los de ella, que se apegaba a él, y le observaba el rostro, que estaba distinto. Tenía sangre en su boca. Y se acercaba a su rostro, dando furiosos gruñidos. Drake de pronto, estaba quedándose sin fuerzas, pues recién venía despertando del desmayo, y estaba algo cansado. La silueta de Lucía, algo distorsionada en apariencia, parecía empeñada en hacerle daño. De pronto, Lucía se quedó quieta, con una mirada furiosa aún, y Drake sin fuerzas, también quedó inmóvil. Bruscamente entonces, Lucía acercó su rostro al de él.
Lo besó. Fue un beso profundo. La lengua de Lucía, se desplegó desde su boca, como una víbora, y se escurrió entre los labios de Drake, alcanzando suya lengua. Apretaba sus labios contra los de él, con furor. Drake sintió un gran calor. Lucía tenía todo su cuerpo encima contra él, y lo tenía atrapado. Lo continuaba besando y moviéndose, y así pasaban varios minutos. No se despegaba de él. Drake ya comenzaba a sentir sus labios y su lengua cansada.
Finalmente Lucía se alejó, y se saboreaba la saliva que le había quedado entre los labios con la lengua. Drake sentía que aquel beso le había llegado hasta lo más profundo de su ser. Observó cómo, Lucía aún llevaba su bolso, pero estaba bastante destartalado. Tenía un rostro deformado por la ira ahora. ¿Qué diablos le había pasado? Se preguntaba.
-¿Lucía, qué te sucedió?
Pero Lucía no contestaba. Sólo emitía gruñidos. Drake entonces la tomó firmemente por el brazo, y pensó en sacarla de allí. ¡Qué iban a pensar sus padres! Se horrorizaba. Pero Lucía oponía resistencia. Tiró firmemente de su brazo, hasta quedarse libre. Y entre gruñidos extraños y miradas de ira, se alejó, escondiéndose entre la oscuridad. Drake se resignó a seguir entonces.
-Debo estar bastante drogado como para estar teniendo un sueño así… ¡Ya sé! Me he quedado dormido en los comedores de servicio… ¿Hace cuánto que no me drogaba? ¿Qué demonios me he metido dentro? –se preguntaba eternamente, mientras se internaba en la luz verdosa que provenía de la estación de buses. El terminal.
Caminó un tiempo más, entre gruesos cables y plataformas verdosas. Tantas veces había venido al terminal. Antes, solía venir con su familia. Luego de haber crecido, solía venir habitualmente con sus amigos. Tenía algo de fatiga, porque no había comido nada en los comedores. A la distancia, contempló finalmente a Pedro, cuando ingresó a otro sector. Allí estaba, con ojos que parecían estar por salírsele, con la mirada pegada a la pantalla del videojuego. Estaba jugando aquel juego de luchas, que le agradaba a ambos. Drake se acercó curioso.
-¿Qué diablos estás haciendo? –le preguntó.
-¿Tienes más fichas? –le preguntó Pedro frenético y saltando.
-Vaya, estás mal amigo… -observó con deterioro Drake.
-¡Dame más fichas! –exclamó Pedro, y se abalanzó sobre él, tirándolo al piso- Sé que tienes más fichas, por ahí –añadió. Le comenzó a registrar los bolsillos de la chaqueta.
-¡Quítate de mí, imbécil! –respondió alterado Drake, y le dio un puñetazo que lo hizo retroceder. Le rompió las narices. Pedro insistía:
-¡Se me acabará la partida! Necesito más fichas… -y se volvía a lanzar contra Drake. Lo iba a devorar. De pronto, abrió una descomunal boca. ¿Qué demonios?, se preguntaba Drake. ¿Desde cuándo podía abrir tanto su boca? ¿Qué le estaba pasando a la realidad, que se veía trastornada?
Le dio un nuevo puñetazo, para hacerlo retroceder. Pedro se abalanzaba sobre él y le quería clavar los dientes. Pero Drake supo que no había caso. Sacó una moneda de su bolsillo, y se la arrojó.
-Ahí tienes una ficha –le dijo.
-Gracias –respondió Pedro entusiasmado. Pero luego la observó, y se decepcionó-. Oye, esto no es una ficha, ¡Es una moneda!
-Pues… -titubeó Drake- No tengo más.
-¡No importa! –respondió Pedro fuera de sí, sonriendo perturbadamente, y le dio las espaldas, retirándose apresurado. Añadió:
-Con esta moneda tomaré el bus, ¡Sí! Y me largaré de este lugar… Ya tengo un poco de hambre, quiero llegar a mi hogar.
Drake lo miró impresionado. El pobre había perdido toda la cordura. A través de una ventana, lo vio subirse a uno de los buses que estaban ordenados en hilera. No supo cómo rayos lo hizo, pero Pedro encendió el motor, y partió, echando marcha atrás. Partió, tan atropelladamente, que chocó contra los portones de lata, y los echó abajo. Pero no salió del terminal. Los destrozos de los portones impedían que saliera el bus. Se quedó allí, pataleando y sollozando, una vez debajo de la máquina, como un desquiciado.
Drake avanzó. Ahora el último que faltaba por volverse loco, era él al parecer. ¿Qué rayos había pasado en el terminal? Primero Lucía, luego Pedro… Continuó avanzando. Llegó hasta la planta más alta. Allí, había un techo altísimo, que sólo se alcanzaba con la mirada, y estaba lleno de cristales que daban la vista afuera. Allí, solía haber tiendas. Ahora estaban todas cerradas. No había persona alguna.
Llegó Lucía hasta el lugar, sedujo a Drake hasta un rincón, y comenzó a besarlo nuevamente, acariciándole el rostro y subiéndole la pierna descubierta por sus caderas. Drake no podía evitar no sentirse estimulado. Aquellas caricias de Lucía, lo incitaban. Pero de alguna forma, su lengua, como la de una víbora, le causaba repulsión.
Lucía llevó su mano, hasta aquella parte de Drake. Y pretendió hacerle una caricia. Pero Drake se asustó, y alejó su mano rápidamente. Lucía era su amiga, ¿Qué le pasaba?
Ella lo miró decepcionada, y se alejó. Se perdió con su bolso por el terminal, y su sombra se desvaneció a lo lejos. No volvió a aparecer.
En la altura, hasta donde llegaba el techo, Drake levantó la mirada. Porque se había sentido observado. A medida que recorrió este nuevo lugar del terminal, y avanzaba, contemplaba hacia arriba. Y veía unos grandes bultos negros. De pronto, de aquellos cuerpos, se desprendieron unas grandes alas. Y se desplegaron, y comenzaron a batirse. Y las figuras se desplazaron por sobre su cabeza. Drake estaba atontado.
-¿Gárgolas? –se preguntó extrañado. Tenía algo de espanto. Las gárgolas pasaban por encima de él y con sus garras hacían el intento de pasarle a llevar la cabeza. Querían desgarrársela, o degollarlo. Drake se sintió en peligro. Corrió hacia un lugar seguro, y continuó observando a las gárgolas revolotear.
-Mamá, te extraño… -se dijo de pronto. ¿Por qué había dicho eso? ¿Por qué extrañaba a su familia? Estaba volviéndose loco.
-Vaya, esta vez sí que me metí algo bien fuerte… -se decía, refiriéndose a las drogas.
Una gárgola, mucho más despierta que las otras, pasó por encima de él, descubriéndolo en su escondite, y le desgarró la cabeza con las garras de sus pies. Saltó un chorro de sangre. Sin embargo, Drake no había sentido nada, pero se inclinó hacia el suelo, arrodillándose. Entonces sintió un intenso dolor. Pero era como un mareo, un mareo según él, que pensaba que le habían causado las drogas. Pero no recordaba haberse drogado aquella mañana.
-¿Y si esto es un sueño? –se preguntaba.
Como sea, pero Drake supo que cayó inconsciente luego de que la gárgola le desgarró la cabeza. Entonces, despertó en otro lugar del terminal, y ya estaba de pie. Se contempló, y se llevó una mano a donde había sido herido: Ya no tenía herida alguna, ya no sangraba. A lo lejos, oía a Lucía y a Pedro viciarse en la máquina, en el juego de luchas. Drake comenzó a caminar. ¿Empezaría todo de nuevo?
¿Por qué estaba atrapado en el terminal? Tenía algo de sueño. Y estaba mareado. Sea lo que sea, que estaba convencido que se había echado, nunca lo volvería a hacer. Pero cada vez volvían a ocurrir, y volvían de nuevo a ocurrir más sucesos extraños en el terminal. Y si desfallecía, volvía a empezar. Estaba atrapado en lo mismo, en un lapso infinito. No había caso en sentir terror, porque sabía que no iría a despertar.
¿Pero cuándo su realidad se había transformado en esto?
A lo lejos vio a Lucía junto a Pedro besarse apasionadamente. Quizás, él iría hasta donde Lucía, y la desnudaría. En cierta forma, quería aprovechar esta experiencia que se iría a hacer eterna. Su alma, su consciencia o su mente estaban atrapados en el terminal por siempre. Sí, desnudaría a Lucía y probaría su cuerpo. A Pedro lo podía hacer a un lado. Luego de que se cansara, podía empezar otra vez. Y si las criaturas de su imaginación delirada, también lo mataban, despertaría de nuevo, otra vez en algún otro lugar, del mismo lugar.
-Ah… -dijo con desgano. Qué aburrido. Si iba a estar allí por siempre, por lo menos, debía hacerlo divertido, debía hacerlo grato. Llegó hasta donde Lucía y la violó. Pedro lo observaba, con ojos que parecían a punto de estallarle.

DarkDose


 

domingo, 22 de julio de 2012

Nuestro Cielo (Inspirado/Relato)


“¿Sabes? Pienso que la noche, son como los pétalos de una rosa. ¿Por qué, me preguntas? Porque simplemente quiero pensarlo así. Las estrellas se esparcen, como aquellos pétalos de la rosas, cuidada en esmero. Las rosas simbolizan la hermosura. El cielo es la hermosura. ¿Lo has visto de noche? Creo que sí, todos lo hemos visto. Pero yo, sólo conozco de una hermosura. Cuando cae la noche, entre las rosas, entre todas estas cosas bellas, yo te he visto a ti. Sólo a ti. Sólo tú, a mis ojos has cautivado.
Entonces, podría decirte que tú eres una rosa, o eres un cielo. No, porque tú eres algo más hermoso. Tú eres mi amor.
Firma: Francisco”.
Muy convencido, con los cielos teñidos de negro sobre su cabeza, llevaba la carta aferrada a su mano, protegida contra él, y avanzaba, con una sonrisa. Si la veía a ella esta noche, a Mariana, le entregaría aquella carta, y estaría seguro de que había hecho lo correcto, de que hacía lo que su corazón le decía, de buena forma. Si la veía, le dejaría saber sus sentimientos. ¿Estaría Mariana ahí? Pocas cosas le importaban esta noche. Era tan bella, que aunque no la hubiese encontrado, se habría sentado unos momentos sobre la arena, a contemplar el manto de oscuridades y el mar. Aquello, se adentraría hasta en su alma, y estaría seguro que se relajaría, lo más que podía.
Su respirar era ansioso. Caminando por las arenas, observó los contornos del edificio. Las luces comenzaban a apagarse, y la música, parecía oírse lejana. En el segundo piso de aquel edificio, que parecía una escuela (Seguramente lo era. Pero como Francisco no había pasado muchas veces por el lugar, no lo distinguía bien), había terminado el baile. Hace sólo unos pocos minutos. Las siluetas ya comenzaban a salir, pero él no se fijaba en ninguna. Sólo tenía una en mente. Como el baile se había llevado a cabo en el segundo piso, Francisco pasaba por debajo de los pilares que sostenían al primer piso. La arena allí estaba húmeda, y la sombra abundaba.
Francisco se detuvo unos segundos a respirar. ¿Dónde estoy? Se preguntó de repente. Tenía aquella eterna costumbre de pensar que estaba en un sueño. No podía evitarlo; la presencia de ella lo ponía así. ¿Pero cómo era posible, que ahora se sintiera desorientado, que no sabía dónde estaba? Quizás estaba en una tierra lejana ahora.
“Quizás Venezuela” pensó. “O quizás estoy desde mi tierra, soñando”. Pero se llevó una mano al pecho, y aferró con su mano su abrigo. “No, estoy demasiado despierto” se dijo.
Como fuera el caso, estaba convencido de que estaba allí. Se podía haber quedado dormido a mitad de la noche, pero no, sabía que aquello era más real, que toda su realidad. Entonces contempló una silueta frente a él. Como siempre, deslumbrado por su hermosura. Delgada, fina y elegante dama, de unos cabellos rojizos, que lucían intensos aún en la noche. Unos ojos cálidos se notaban a la distancia. Era Mariana. Llevaba un vestido largo y de gala, que le iba muy bien. Estaba espectacular. Tenía diversos adornos que remarcaban más su hermosura. Francisco sintió que la magia se acunaba en sus pupilas.
-Llegaste… -señaló conmovido, casi con ternura. Ella le devolvió una sonrisa, una eterna sonrisa, de las que siempre le daba. Cuando sucedía esto, Francisco sentía como si su corazón, latiera hasta su pecho.
Mariana había salido del baile. Parecía como si las luces del interior, aún la acompañaran. ¿Pero cuándo había sucedido todo esto? Francisco no recordaba. Sólo recordaba, haber iniciado desde un momento, como si se hubiese internado en el sueño sólo apenas un rato. No importaba, porque aquella era la parte ideal. Sólo una vez que estaba con ella, allí daba inicio a su realidad. Nada más era real, o no quería considerarlo real.
“Eres mi fantasía…” quiso pronunciar entre sus labios Francisco, pero no se atrevió. Entre sus miradas, se comunicaban todo. Tomó a Mariana por la mano, y caminaron bajo los pilares, por la húmeda arena.
El siguiente escenario, fue encantador. Llegaron por las arenas, hasta la costa, donde las aguas mojaban las orillas. Entre la especie de niebla, que creaba el relente de la noche, surgía un tipo de neblina, que yacía justo debajo de una rebosante, inmensa luna llena, tan pura, tan blanca, posada a mitad del cielo. Francisco junto a Mariana contemplaban encantados, aquella luna, que parecía casi maternal. Entonces ambos caminaron, y se sentaron a la orilla, sintiendo sus pies mojarse por las tiernas aguas, heladas pero refrescantes. Sin embargo después de un rato no tenían frío alguno, se sentían bien abrigados. Y allí sentados, comenzaron a contemplar la luna, con ojos chispeantes de admiración, viendo los cielos, las nubes, y demás espectáculo.
La costa estaba muy silenciosa. Francisco sutilmente, depositó la carta, sobre la arena, a un lado de Mariana, en un obvio gesto, de estarse entregándosela, pero sin expresarle palabras. Mariana dirigió sus ojos hacia la carta, la sostuvo y la contempló, desenvolviéndola. Entonces comenzó a leerla. Pasado un rato, dejó el sobre vacío sobre la arena reposar.
-Maravillosa… -apreció.
-Pero tu hermosura es más maravillosa –intervino Francisco.
-Pero tus palabras lo son más –añadió Mariana.
-Y tus labios, son donde nace todo lo perfecto… -dijo Francisco, y entonces ambos se quedaron en silencio. La costa continuaba, con su oleaje, meciéndose tranquilo. Desde la lejanía, ambas siluetas se contemplaron en el momento en que se abrazaban, tiernamente. Francisco rodeó a Mariana entre sus brazos. Ella sentía protección. Él, en su sinceridad, se sentía feliz. Más feliz, de lo que nunca había sido.
Más avanzada la noche, llegaron hasta un puerto. Estaba lleno de luces. Había un pequeño local, que vendía cosas variadas. Comenzó a aparecer la gente; parejas que iban de aquí a allá, comprando y paseando. Francisco amaba a Mariana, pero sabía que no podía tomarla de la mano. Quería hacerlo, pero lo sabía: Simplemente, no podía. Porque no era correspondido en sus sentimientos, quizás…
Llevó a Mariana hasta el local. Le compró una bufanda, con la cual abrigó su cuello, y un peluche, que ella sostuvo entre sus brazos y su pecho. Francisco sentía que se ahogaba de ternura, dándole estos gestos a ella, sintiéndose feliz de cómo los recibía. No podía estar más lleno, lástima que parecía creer, que era sólo un sueño…
Finalmente dejaron las playas, para llegar hasta unas calles, por las cuales caminaron, acercándose a los hogares. Mariana le había pedido, que la fuese a dejar hasta su hogar. Caminaron en silencio. Ambos iban conmovidos. Cuando llegaron hasta la puerta de su hogar, Francisco esperó desde la verja, para verla a ella entrar. Mariana avanzaba, pero de pronto volteó. Francisco le quería decir algo. Le preguntó:
-Mariana… Es tan lindo lo que tenemos, pero a veces me pregunto… ¿Esto es un sueño? No sé cómo despertar, no sé cuándo despierto de esto. No quiero despertar, pero sé que a veces lo hago, porque esta, quizás no es mi realidad… -sintió como si unas lágrimas se asomaran de sus ojos- Mariana… -continuó- Tú… me dirías, ¿Si esto es un sueño?
Mariana se quedó sin palabras. Sabía que aquella respuesta, podía alejar a él para siempre de su lado. Pero a través de todo este tiempo, algo había cambiado. Algo ya no era lo mismo. Francisco ya no se atrevía… Su cariño, a veces pensaba guardárselo. Le aterraba tomar la mano de Mariana, se sentía tan a la distancia, tan lejos… Él estaba dolido.
Mariana hizo un último esfuerzo. Contestó:
-Quizás, sí somos un sueño…
Francisco oyó aquellas palabras a lo lejos. Estaba sumido en su consciencia. Creyó de pronto, oír a Mariana pronunciar aquel nombre, con el que siempre lo llamaba. Aquel nombre, con el que habían partido siendo amigos, pero que no quiso recordar ahora. Creyó escucharla pronunciar aquello. Pero, ya oía las palabras lejanas… Ya no quería oír.
Mariana entró hasta su hogar. Francisco luego, deambuló solitario. Se sentó en una banca, en un parque imaginario en sus fantasías, a besar una silueta que no existía. A soñar, que besaba a alguien que sí existía, pero consigo no. Porque no estaba allí, por más que le doliera… Dolía perder algo tan amado, pero los sentimientos, a veces es tan difícil darlos. Todo se hace más simple, pero sólo, cuando las personas sienten lo que quieren sentir…
En el silencio, en la soledad y la oscuridad de aquel parque, se imaginó besando, labios que no existían.
La historia había terminado. La noche se había ido, y había vuelto el día. Sobre un árbol, rociado por la tranquila luz del sol, por el calmado tiempo de la tarde, cuyo tronco parecía añejado por el paso de los años, había un gran nido, armado con sumo cuidado y cariño. Sobre el nido, había dos pajaritos cantores, que eran pareja. Estaban juntos hace mucho tiempo. Su amor había funcionado. Al pajarito macho, le gustaba cantar por las mañanas:
-¡Recuerdo aquel tiempo, cuando andaba tras tu corazón! Siempre fuiste tan tierna, tan encantadora, ¡Me acogiste con dulzor!
A lo que la pajarilla, respondía, también en canto:
-¡Siempre tan romántico, tan seductor! ¡Acogiste a mi corazón con magia, me sacaste de este dolor!
-¡Y la soledad, se había hecho habitual, pero tú me sacaste con tu bondad de corazón! –respondía el pajarillo en su canto.
-¡Y yo era una dama, que ansiaba cariño, ahora que te tengo, sé que no puedo ser más feliz, siempre anhelé estar contigo!  Siempre voy a estar a tu lado, mi amado… -susurraba la pajarilla.
-Y yo contigo, mi dulce dama –añadía el pajarillo, y continuaban cantando felices sobre su nido. Entre ambos, en el centro del nido, tenían un hermoso y rebosante corazón, dorado reluciente de oro, que brillaba con la intensidad del sol, como el amor de ambos, que siempre protegían, porque les pertenecía sólo a ellos dos. Pasaban noches de tormentas, climas adversos, pero el corazón jamás caía. Permanecía estático sobre el nido.
Una mañana, el pajarillo estaba recordando. Había volado por muchos lugares. Conocía a un chico, que se había hecho su amigo. El chico le había confiado un recuerdo al pajarillo. Le había dicho:
-Una vez, estuve con Mariana en la playa de noche, mi amada humana a quien anhelo, y del cielo frío, comenzaron a llover cartas por montón. Caían suaves, como las gotas de lluvia, y parecían volar. Caían, y repletaban las arenas. Eran muchas, diversas, muchísimas cartas. Al final, supe qué significaban.
-¿Qué significaban, mi amigo humano? –preguntó intrigado el pajarillo.
-Pues –contestó Francisco-, simbolizaban mis cartas, las muchas que le he entregado a ella. Siempre le escribo cartas. Siento mucho apego y cariño hacia ella.
-Muy bien –contestó el pajarillo. Estaba feliz por su amigo humano, buscando a su compañera. Parecía muy entregado a sus sentimientos. Siempre había sido así de sensible, el animalillo lo conocía bien. Era sincero.
Pero aquella mañana, el pajarillo luego de recordar, tuvo una sensación horrible: Le habían roto el corazón a su amigo Francisco. Él lo sabía, porque algunos animales tienen un instinto, y además, lo conocía tan bien, que sabía casi cómo sentía. El pajarillo sintió que se moría de la tristeza. Llegó hasta su nido, y quiso apoyarse junto al corazón, para recobrar energías. Pero su esposa, la pajarilla, había muerto de un infarto, y su cuerpo muerto estaba junto al nido, entre una orilla, estando a punto de caerse. Al pajarillo el corazón se le trizó aún más, y también sufrió un infarto, y cayó por un lado del nido, por los ramajes, y llegó hasta el césped de abajo, en donde murió, con lágrimas en sus ojos. El pobre, había muerto de tristeza, porque sus sentimientos eran tan puros y bondadosos, que no había soportado ver a su amigo sufrir, ni a su amada esposa morir.
El alma de Francisco también se había apagado. El pajarillo lo había presentido, antes de morir. También había muerto de un infarto, ya no respiraba. Se convertía en otro, que moría de tristeza.
Y finalmente, para bajar el telón, aquel corazón dorado sobre el nido, aquel, que simbolizaba todos los lazos de amor y de cariño, lo que simbolizaba el apego y el sentimiento por los dos pajarillos, y más aún, porque las mismas fuerzas que mantenían brillante al corazón, también eran las de Francisco, que enviaba a la distancia, en su amor por Mariana, cayó. Y cayendo, el corazón también se deslizó por las ramas, y llegó hasta el césped, donde se estrelló con una piedra, sin que nadie pudiera evitarlo. Y su preciosa forma dorada, se partió en pedazos, y aquellos pequeños pedazos, quedaron brillando a la luz del sol. Era lastimero, ver cómo aquel corazón se había partido. Pero todo había muerto, ya no brillaba más la luz.
Con tristeza decían: Se había roto el corazón.
Dedicado a la dama de atardeceres, cuyos ojos preciosos son como de chocolate. Deseando sinceramente, que muy dulces sean tus días.

DarkDose

 

jueves, 19 de julio de 2012

El Señor Clavícula (Terror/Relato)

El abuelo acariciaba la humeante taza del café y se sobaba sus frías manos, producto del helado clima de afuera, donde yacían los árboles muertos con nieve amontonada sobre sus raíces. Se encontraban en época de invierno, y el único lugar donde podía estar el abuelo ahora con su nieto Phill, era la húmeda cabaña, sin poder poner pie afuera, lo que a Phill le frustraba. Él se encontraba a un lado del fuego de la chimenea, sentado, asando una salchicha y aburriéndose como nunca.  -Ah, abuelo, quiero salir un rato… –insistía Phill, sintiéndose atrapado entre los muros de la cabaña. Estaba bien abrigado, incluyendo una bufanda atada a su cuello. Pero dentro de la cabaña no se comparaba al magnífico frio que hacía afuera.
 -Tan sólo espera a que lleguen tus padres Phill. No puedo dejarte salir, te vas a convertir en un bloque de hielo.
 -Pero abuelo, ya falta mucho para que lleguen mis padres –contestaba Phill. Y la verdad es que sus padres habían asistido al funeral de un amigo de ellos, y no llegarían hasta el amanecer, por lo que Phill tenía razones para amargar más su espera.
 La salchicha ya estaba más que asada, y cuando se la llevó a la boca terminó quemándose y arrojándola lejos. Gimiendo, se levantó y esperó a que el dolor se le pasara. El abuelo bajándose los lentes, le dirigió una mirada de reprobación.  Phill se sostuvo de pie frente a la ventana, y al mirar hacia afuera contempló dos sombras las cuales reconoció, que venían caminando apenas con dirección a la cabaña. Fue hasta la puerta a abrirles, y se topó con sus amigos Nicolás y Laura, que venían arropados con frazadas y temblando de frio.
 -Frio, frio, frio, frio, frio, frio… -repetía Nicolás temblando agitadamente. Apenas le agradeció a Phill y saludó al abuelo, se trasladó a la chimenea para instalarse allí. Laura entró más calmada, aunque igualmente entumecida, saludó a Phill y al abuelo, y se sentó sobre el sofá, al lado de la chimenea también.
 -Qué terrible que anden así afuera, me imagino el frio que deben pasar. Pero por lo menos ya le podrán hacer compañía a Phill. Sólo procuren no volver allí afuera –murmuró el abuelo, terminándose su taza de café e incorporándose.
 -¿Abuelo, a dónde vas? –preguntó Phill. Observó cómo el abuelo se dirigía a la puerta, para salir al nevado y oscuro paisaje de afuera, sembrado en árboles muertos y tenebrosos.
 -Por ahí –respondió-. Quédense aquí niños, sean obedientes. Por nada en el mundo quiero que salgan y se encuentren con el Señor Clavícula –y después de dicho esto, desapareció tras la puerta, dejando a Phill desconcertado. Phill junto a Nicolás entonces se comenzaron a preguntar a qué se había referido el abuelo, y comenzaron a formular sus propias teorías, algunas bastante ridículas e imaginativas. Entonces contemplaron a Laura que estaba muy callada, y se dieron cuenta que ella sabía algo que ellos no, pues sólo se les quedaba mirándolos con misterio.
 -Dios… -murmuró sabiendo que tenía que responder ante aquellas miradas curiosas, que le pedían que les dijera lo que sabía. Se tomó su tiempo, y antes de contarles la historia, les advirtió:
 -Ya han escuchado al abuelo, nos quedaremos aquí, no quiero que nada malo pase.
 -Sí, sí, cuéntanos lo que sabes sobre el Señor Clavícula –señaló Nicolás.
 -Sí, por favor –murmuró Phill ansioso. La curiosidad le mataba, y su abuelo, un hombre mayor siempre serio, si le advertía sobre salir afuera y toparse con aquel personaje, era algo que no pensaba dejar pasar desapercibido, además la seriedad en la fugaz mirada de su abuelo antes de retirarse, lo dejó aún más intrigado. Laura comenzó a relatarles sobre el personaje:
 “Se dice que le gusta salir cuando cae la nieve, y todos están en sus casas. Se pasea por entre la oscuridad, llevando un gran diablo, (Nombre que se le da a una herramienta hecha de hierro, para forzar y desarmar cosas, con forma de gancho). Se dice que desde muy joven, perdió a su nieta, y comenzó a volverse loco. Su nieta había muerto a causa de que la clavícula de su hombro se había dislocado. Estando en el hospital, decidieron amputarle el brazo, y todo esto les trajo una gran tristeza al hombre y a su nieta. Todos los días llegaba hasta el hospital para verla allí, internada. Cuando por fin la dieron de alta, la niña sin su brazo, paseando por la oscuridad de una noche nevada, no alcanzó a divisar un pozo que había aparecido frente a ella, y al no tener el brazo para aferrarse de él, cayó dentro, muriendo instantáneamente tras el impacto. Este suceso fue el que desató la locura en el hombre viejo. Terminó odiando a todas las personas, porque aseguraba que los médicos tenían la culpa y le habían causado la muerte a su nieta. Tenía sed de venganza y odio hacia el mundo, y se mudó a vivir al pozo donde había muerto su nieta. Nadie podía entrar al pozo, pues de ser así, no salía jamás nadie vivo de allí. Se ganó el apodo de Señor Clavícula, porque según se dice, con quien se topa le da muerte, y le arranca las clavículas del hombro, con su diablo, y cortándoles los brazos, tal como hicieron con su nieta. Se sabe de crímenes horribles que ha cometido, y no lo han logrado detener…”.
                                                                                 
-Y te crees que nos vamos a creer eso –dijo Nicolás sosteniendo la risa.
-¡Es verdad! –exclamó Laura ofendida.
-No, no, si te creo, sólo bromeo, cómo no te voy a creer… –respondió Nicolás aún con gesto sospechoso en su rostro. Laura no se convenció demasiado, y miró a Phill, quien sí parecía haberle creído. Le dijo:
-Tú si me crees, cierto. Por eso tu abuelo les dijo que no salgan por nada del mundo afuera, el Señor Clavícula ronda por allí.
 -Sí claro, el Señor Clavícula –rió Nicolás. Laura le dirigió una seria mirada y Nicolás se excusó por haberse reído. Sin embargo, cuando Laura volteó, volvió a hacerlo. Laura se dirigió hacia la ventana, y observó el paisaje oscuro y nevado afuera, con los tenebrosos árboles muertos asomando sus ramas por el cristal. “No saldría por nada del mundo, estaría aterrada allí afuera” pensó. Entonces vio a Nicolás asomándose por la puerta, y éste al ver cómo lo contemplaban, la cerró de golpe.
 -Tú no me crees nada de lo que digo, ¿Verdad? –lo increpó Laura poniéndose frente a él. Le comenzaba a molestar la molestosa risa contenida de Nicolás, quien respondió:
-¡Pero quiero irme a mi casa! Estoy aburrido. Sólo venía de pasada, no pensé que el abuelo de Phill me dejaría aquí atrapado.
 -No te preocupes Nicolás, mi abuelo no tarda –intervino Phill.
-Sí claro, yo pienso que se está demorando bastante… Y Laura no me va a dejar salir –murmuró resignado, sentándose bruscamente en el sofá. Luego, cambió de posición, y se quedó recostado mirando hacia el techo, algo serio. Buscó otras posiciones, sin saber qué hacer. Se levantó hasta el refrigerador, y Laura lo observaba como una guardiana. Se comenzó a molestar.
-¡Ya puedes dejar de vigilarme! –le gritó. Laura lo miró con desprecio, y dirigió la mirada hacia otro lado, quedándose en el mismo lugar, de pie en el centro de la cabaña. Phill se había sentado frente a la chimenea, con las piernas estiradas, para recibir su calor.
 Trascurrieron varios minutos. Nicolás estaba teniendo una noche bastante aburrida. Bastante hastiado se encontraba, y sólo quería traspasar la puerta y dirigirse a su casa entre la oscuridad y la nieve, sin importarle demasiado sobre el tal Señor Clavícula, que más que todo le parecía una absurda leyenda. Miraba por la ventana, esperando ver aparecer al abuelo de Phill para al fin largarse. Estaba en eso, cuando el teléfono rompió el silencio. Dio un salto del susto, y murmuró:
-Ah, es sólo el teléfono, maldito teléfono…
 Phill se levantó a contestar. Sostuvo el fono, y recibió un recado. Lo alejó de su rostro, y mirando a Laura le dijo:
-Es para ti.
-¿Quién es? –preguntó Laura. Atendió al fono, y eran sus padres, que le comunicaban que debía irse enseguida, que su abuela se encontraba grave en el hospital.

-Pero ahora no puedo ir mamá –señalaba Laura.
-Laura, se trata de tu abuela. No sé dónde te encuentras, pero quiero que te aparezcas en casa enseguida. Te voy a estar esperando –contestó su madre, y colgó el teléfono. Laura depositando el teléfono, esbozó un gesto de preocupación. Nicolás la contempló satisfecho, y con algo de burla.
 -Ahora sí me vas a dejar irme.
Laura se dirigió a la puerta. Nicolás iba tras ella, cuando le impidió el paso.
-Te quedas aquí, yo me iré sólo porque mis padres me han dicho. Pero el adulto a cargo es el abuelo de Phill, y te ordenó quedarte. A menos que tus padres no llamen, no te podrás ir –dijo Laura.
 -¡Y quién te crees para darme órdenes! –exclamó furioso Nicolás.
-Lo hago por tu bien –respondió Laura, y desapareció tras la puerta. Nicolás dio un gran pisotón sobre las tablas del suelo, y retrocedió bastante descontento. Observó a Phill sentado ante la chimenea.
 -¿La has visto?, se cree que me puede mandar, esa niña –dijo con tono despectivo.
Phill lo miró y no le dijo nada. Volvió la mirada hacia el fuego de la chimenea, silencioso, con sus brazos anudados entre sus piernas.
-Phill, quiero irme amigo, vamos, ayúdame –suplicó Nicolás-, quiero dormir en mi camita caliente.
Phill le volvió a dirigir la mirada.
-Pero mi abuelo dijo que no saliéramos, no debo desobedecerle.
-Pero Phill… Me quiero largar...
-Lo siento.
Nicolás pensó unos momentos. Se puso de pie, y caminó por la cabaña. Buscó alguna forma de convencer a su amigo.
-Ya sé. Tan sólo ve a dejarme cerca de mi casa. No desobedecerás a tu abuelo, porque volverás enseguida, y te quedarás aquí en la cabaña.
 -Pero afuera está el Señor Clavícula –contestó Phill. Nicolás se rió.
-¿Sinceramente crees en eso? Me sorprende de ti… Vamos Phill, por favor.
-Está bien –exclamó Phill, poniéndose de pie. Nicolás sonrió como un niño pequeño, y no perdió tiempo en estar frente a la puerta. Phill buscó un abrigo, y salió afuera. Hacía un frio que congelaba hasta los huesos.
-Y tan bien que estaba con la chimenea adentro… -protestó Phill.
-Mi casa no queda muy lejos –dijo Nicolás.
 Anduvieron por sobre el suelo cubierto de nieve. La cabaña del abuelo estaba sobre altura, en una pequeña montaña. Nevaba más que en el pueblo, abajo, donde se ubicaba la casa de campo de Phill. Allí, los suelos no se cubrían de nieve. También estaban los árboles muertos, luciendo húmedos y oscuros. Al no haber luz, la oscuridad era total. Sólo la luz de la luna iluminaba tenuemente. Había unos faroles a lo lejos, pero muy a lo lejos. Caminaron hacia ellos, pues por esa dirección se encontraba la casa de Nicolás.
Recorrieron la mayor parte del camino en silencio. Los faroles poco a poco se acercaban, e iban pasando por un terrero oscurísimo. Nicolás llevaba una sonrisa burlesca. Comenzó a decir:
-Sí claro, Señor Clavícula… Laura tiene bastante imaginación. Podría dedicarse a los cuentos.
 Phill no emitió comentario. Nicolás caminaba muy confiado, observando la luz de los faroles a lo lejos, cuando algo le rozó la pierna. Instintivamente, reaccionó rápidamente, y miró hacia todos lados, pero sólo lograba ver oscuridad. Su corazón comenzó a palpitar. Se asustó, pero no quiso que Phill lo notase.
-Algo me tocó la pierna –exclamó con sorpresa fingida. Phill vio una silueta rojiza deslizarse rápidamente, y pasar por la pierna de Nicolás nuevamente. No era más que un perro asustado, que había intentado correr al verlos pasar por allí, y había chocado torpemente con la pierna de Nicolás. Nicolás observó al animal asustado, y lo espantó.
-Sólo era un perro, un perro…
-También andan un montón de conejos por aquí. Venimos a cazar los fines de semanas con mi abuelo –comentó Phill.
Pero entonces, a lo lejos oyeron gritos. Esta vez no era un animal. Eran claramente gritos de una persona, y parecía gritar por ayuda. Ambos se alertaron, y se preguntaron qué podía estar sucediendo. Entonces, entre la oscuridad y los árboles muertos, observaron a lo lejos, a dos figuras, y una de ellas, que parecía dispuesta a matar a la otra…
 -¿Qué sucede? –exclamó Nicolás con un terror notorio en su voz. Sólo se hacía el valiente, Phill sabía eso. Pero en verdad resultaba ser un cobarde.
Phill observó la silueta que parecía protegerse del ataque de la otra. La silueta se precipitaba al suelo, y alzaba los brazos con terror, intentando protegerse de la otra silueta que llevaba algún tipo de arma.

-No es nada bueno –dijo Phill-, vamos a ir a ayudarlos.
“Siempre pretendiendo ser el héroe” pensó Nicolás, “Yo quiero irme a casa, estoy aterrado”.
Siguió a Phill por entre los arbustos cubiertos en nieve y los árboles muertos, con desgano. Llegaron hasta ambas siluetas, y pudieron percibirlas bien. Nicolás se vio presa del terror al comprobar cómo el mismo personaje que él había creído invención de Laura, se encontraba allí, sosteniendo su diablo. Era el Señor Clavícula. Y su víctima, era un joven hombre que parecía no saber dónde encontrarse ni qué era lo que sucedía, que sólo procuraba escapar del lugar para salir con vida. El Señor Clavícula le lanzaba feroces ataques con su peligrosa herramienta de fierro, y su figura de hombre viejo, pero que aun así parecía fuerte y amedrentador. La víctima, el hombre joven, esquivaba cómo podía los feroces golpes, hasta que uno de ellos le asestó en la cabeza. Se produjo un desagradable sonido cuando el diablo chocó contra el cráneo de la víctima, partiéndolo, y la víctima cayó al piso, entre un charco de sangre.
 -¡Dios mío, vámonos Phill! –exclamó Nicolás, y arrastró a Phill por el brazo. Phill no opuso resistencia, pues igualmente había sido perturbado por el gran golpe que había recibido la víctima, por parte del Señor Clavícula.
 Mientras Phill era arrastrado, observaba atónito cómo el Señor Clavícula continuaba torturando a su víctima, y luego, llegó la peor de todas sus maniobras, una por la cual se había ganado ese apodo: Sostuvo a la víctima por los hombros, la levantó, y con el diablo, rompió la carne de los hombros de su víctima. Desgarró los ligamentos y el hueso, y le extrajo la clavícula. El hombro terminó por destrozarse, y los brazos se desprendieron enseguida del cuerpo. La víctima cayó muerta sin los brazos, y el Señor Clavícula, los sostuvo, y luego los lanzó a la tierra, junto al cadáver. Miró a su víctima con renuencia, y con su figura encorvada y vieja, se retiró, arrastrándose lentamente, y perdiéndose entre la oscuridad de los bosques.
 Segundos más tarde, ya se habían alejado del lugar. Nicolás se sentó, traumado, y mientras miraba el suelo de tierra, no podía parar de repetir en su mente una y otra vez la imagen digna de la más sangrienta película de terror, que había visto recién. Era la primera ejecución que contemplaba en su vida. Phill en cambio, aunque la imagen igualmente le había afectado, planeaba llegar hasta el fondo del asunto, sentimiento que no compartía Nicolás.

-Phill, llévame a mi casa –le dijo-. Me arrepiento de no haberle creído a Laura. Lo que decía ella era verdad, la historia es verdadera.
 Phill entonces, aceptó, y llevó a su amigo hacia su hogar. Cuando ya estaban frente a la acogedora casa de Nicolás, éste, que en el fondo sí conocía bien a Phill, le dijo:
 -Por favor Phill, sé que de todas formas no me harás caso, pero si vas a investigar sobre el Señor Clavícula, ten cuidado. No quiero perder a un amigo como tú.
 Phill sonrió, al comprobar que Nicolás si lo conocía lo suficiente.
-Tendré cuidado –le respondió, borrando la sonrisa de su rostro. Entonces, Nicolás se despidió, e ingresó a su hogar. Y Phill, volvió a los nevados bosques oscuros, para comprobar ahora qué había ocurrido con el Señor Clavícula.
 Tras horas de andar, Phill no encontró ningún rastro del personaje. Sin embargo, se topó con un extraño pozo. Observó a través de él, y no lograba ver su fin. Pero su instinto de aventura pudo más. Phill se paró encima del pozo, y se lanzó, sin medir consecuencias.
El pozo por suerte, estaba seco, y aterrizó sobre tierra amontonada, sin lastimarse. Pero sólo entonces se dio cuenta del peligro que habría podido correr. Si el pozo no hubiera estado lleno de tierra, y en vez de eso, hubiera suelo de piedra, se habría muerto por la caída. El pozo era de reducidas dimensiones, pero en una parte del muro, había una pequeña puerta. Phill ingresó, y se encontró en un cuarto sumamente extraño.
 -Vaya… -observó. A lo largo del cuarto, había múltiples fotografías de una niña de más o menos cuatro años de edad, llevando un vestido amarillo. El cuadro estaba lleno de ellas, y los pocos muebles que había, parecían tener cientos de años. Sobre un mueble, observó un cuaderno. Lo abrió, y se sorprendió al ver lo que contenía:
 Había una foto de la misma niña sobre la camilla, con el brazo amputado. Al lado de la fotografía, había unas anotaciones médicas, y hablaban sobre lo que había atacado en el brazo a la pequeña niña. Phill nunca había escuchado el nombre de aquella enfermedad, pero la fotografía en que aparecía la niña con sus ojos cerrados, expresión de dolor, y aspecto sumamente triste, además de su brazo amputado, le produjeron malestar instantáneo. Phill luego de contemplar la fotografía unos segundos, la dejó allí, y al comprobar que no había nada más de interés en el cuarto, volvió por donde había entrado.
 Comenzó a buscar una forma de cómo salir del pozo. Miraba hacia la superficie en vano, cuando sintió algo rozar sus pies, algo que se encontraba sobre el montón de tierra del suelo. Escarbó, y se llevó un gran susto: Allí, enterrado en la tierra, había un pequeño esqueleto, de aspecto muy viejo. Al examinar el esqueleto, y darse cuenta de que le faltaba un brazo, comprobó con terror que era el esqueleto de la niña que aparecía en todas las fotografías. Volvió a mirar hacia la superficie del pozo, desesperado por salir. Ante su asombro, alguien se asomó desde la boca del pozo.
Era el espíritu de la  niña, la que aparecía en las fotografías, con el vestido amarillo. Asomaba su cabeza, y miraba con curiosidad. Una extraña aura rodeaba su cuerpo. Phill se asustó, y desvió la mirada. Pero cuando volvió a mirar hacia la superficie, para ver si es que el espíritu había desaparecido, la niña continuaba ahí, mirándolo, hasta que pareció hacer un gesto. Con su brazo, le indicó a Phill la puerta dentro del pozo. Phill ingresó nuevamente a la habitación de las fotografías, y allí, ahora había una escalera, que no estaba antes. La niña le había dado una señal.
 Las escaleras llevaban a una abertura, que daba a la superficie. Phill escaló, y se encontró fuera del pozo. Enseguida, volvió a ver a la niña, que caminaba tras el Señor Clavícula, que se arrastraba lentamente. Éste, no parecía percatarse de la niña que lo seguía.
 -Esto cada vez se pone más extraño… -observó Phill con horror. Siguió al Señor Clavícula a lo lejos, mientras la noche transcurría lentamente y silenciosa.
 Phill observó luego, cómo otra persona aparecía de entre los árboles. Era un borracho, que se tambaleaba, y con suerte se mantenía en pie. Se aterrorizó al cruzarse por el camino del Señor Clavícula, quien enseguida le propinó un feroz golpe con su herramienta, y lo dejó turbado en el piso. El borracho había encontrado su muerte. Phill a lo lejos, observó cómo el Señor Clavícula practicaba nuevamente su horrenda costumbre.
 Les extrajo la clavícula a ambos hombros de los brazos del cadáver, y luego lo levantó. Y con una mano sosteniendo cada brazo del cadáver, se los arrancó, haciendo que el torso cayera sobre la tierra. El Señor Clavícula arrojó los brazos lejos, y volvió a sostener su herramienta. Mientras llevaba todo aquello a cabo, la niña se escondía tras sus piernas, con temor. Luego, el Señor Clavícula volvió a andar, con las manos ensangrentadas al igual que su herramienta, dejando al cadáver atrás, y la niña partía tras él también.
 Phill observaba con los ojos bien abiertos del terror. Dio un salto hacia adelante y se sostuvo con sus brazos en la tierra para evitar caer, cuando una mano se había depositado en su hombro. Volteó más asustado que nunca, y sus latidos del corazón comenzaron a normalizarse lentamente, al comprobar que era su abuelo junto a Laura, quien estaba tras de él.
 -¡Phill!, ¡Te hemos estado buscando! –Lo reprendió su abuelo, y observó el terror en el rostro de su nieto- Te dije que no salieras…
 -Les advertí sobre el Señor Clavícula yo –agregó Laura-. ¿Dónde está Nicolás?
-Él está en su casa… -dijo con una voz aún algo temblorosa Phill.
-Bien, menos mal… Ahora vamos a casa Phill –dijo su abuelo. Pero al ver un extraño bulto sobre el piso, se aproximó, y observó el cadáver con sus brazos desprendidos. Entonces observó a lo lejos, cómo el Señor Clavícula venía aproximándose hacia ellos.
-¡Phill! –gritó el abuelo. El Señor Clavícula estuvo frente a él, alzando su herramienta, el diablo, para atacarlo. El abuelo se preparaba para defenderse del golpe, cuando el Señor Clavícula súbitamente frenó su ataque, y se quedó hipnotizado observando a Laura.
 -¡Janet!, ¡Pequeña Janet mía! –exclamó el Señor Clavícula con una voz desgastada. En su mirada desaparecía su eterna frialdad, y reflejaba ilusión ahora. Corrió hacia Laura, quien lo evitó con espanto.
 -¡Janet, Janet!, ¿Por qué me evitas? ¡Tu brazo ha crecido nuevamente! –exclamaba con lágrimas. Phill resguardó a Laura, y gritó:
-¡Abuelo, ahora!
 El abuelo de Phill levantó un gran peñasco del suelo, y se dirigió hacia donde el Señor Clavícula, para darle con él en la nuca. El golpe fue tremendo, y el Señor Clavícula cayó aturdido. Sin embargo, segundos después, volvió a abrir los ojos, y exclamó débilmente:
-Janet, ven conmigo… Mi Janet.
 El abuelo se preparaba para darle otro golpe. Phill no sabía qué sucedía, ni Laura lo sabía tampoco. Tras mucho pensar, Phill creyó comprender lo que sucedía. Exaltado, gritó:
-¡Abuelo, para!
El abuelo se detuvo en seco, y evitó darle el golpe final con el peñasco al Señor Clavícula, que le corría la sangre por la cabeza. La niña se escondía tras el Señor Clavícula, y se acurrucaba a él. El abuelo, al haber detenido su ataque, contempló a Phill, para preguntarle qué sucedía. Phill le comentó a Laura y a su abuelo:
-Él cree, que Laura es su nieta, Janet, que sufrió una enfermedad en su hombro, y que le amputaron el brazo. El cadáver de su nieta, Janet está en el pozo, enterrado bajo la arena.
 El abuelo junto a Laura sintieron una inmensa lástima. Laura preguntó:
-¿Y cómo podemos ayudar?
-No lo sé… -respondió Phill- Quizás -y contempló el espíritu de la niña que se acurrucaba junto al herido Señor Clavícula-… Lo tengo- dijo.
 Phill junto a su abuelo, arrastraron al Señor Clavícula hacia el pozo, que no paraba de gemir y llamar a Laura. Las lágrimas caían por sus ojos. Cuando llegaron al pozo, Phill hizo que el abuelo lo ayudara a conducir al Señor Clavícula hacia el montón de tierra. El Señor Clavícula ya no tenía su diablo ensangrentado, lo había dejado tirado por el camino. Su aspecto y sus ropas lucían lamentables.
-Mira, ésta es Janet –le dijo Phill, y lo hizo que mirase. El Señor Clavícula miró con ojos dolidos y emocionados, y Phill comenzó a escarbar en la arena, descubriendo nuevamente el pequeño esqueleto al cual le faltaba su brazo. Aquellos instantes parecieron eternos. El Señor Clavícula se quedó mirando fijamente el cadáver por minutos.
 Finalmente, Laura comenzó a llorar con mucha tristeza. El Señor Clavícula se acercó al pequeño esqueleto de su nieta Janet, lo sostuvo en sus brazos, aferrándolo a su pecho, y partió, cruzando la habitación en el pozo, y subiendo las escaleras, con lágrimas en sus ojos, y mirada devastada. Lo siguieron, y lo vieron alejarse a lo lejos, con rumbo desconocido y mirada hacia el cielo. Lo vieron cargar el esqueleto, hasta que desapareció entre la oscuridad, dejando un  gran silencio tras sí…
 Phill murmuró:
-Los médicos no pudieron hacer nada... Su nieta, Janet, murió. Eso lo condujo a la locura, pero creo que ahora, finalmente ha podido aceptar su muerte…
 El abuelo y Laura contemplaron a Phill, y luego, todos miraron hacia un punto diferente, con gran tristeza en su mirada. Y tras contemplar el diablo ensangrentado sobre la tierra, que era lo único que quedaba del Señor Clavícula, volvieron a la cabaña. La noche comenzaba a llegar a su fin, y los primeros rayos del sol iban alejando a la oscuridad. La nieve se comenzaría a derretir pronto. Nunca más supieron del Señor Clavícula, y Phill conservó aquella intensa experiencia, por siempre.

DarkDose