domingo, 6 de enero de 2013

El Desvelo (Fantasía/Relato)


Pensaba dormir, pero era muy difícil con el alboroto. Finalmente me resigné. Sonó el teléfono y miré por la ventana. Atendí, eran mis amigos. Ella en particular, me insistió para que fuera. Me puse en pie; estaba claro que no iría a dormir. Bueno, terminé aceptando por pasar la noche con mis amigos mejor.
La tarde se había ido rápido. Los recibí en el living de mi hogar y nos reunimos en la mesa, frente a la sala de estar y una ventana grande. Miré el reloj. Como la tarde ya se había ido, había dado paso a la noche, y eran las once. Dentro de poco iban a ser las doce. Entonces estando todos mis amigos reunidos allí, los miré con un rostro de cansancio, y pregunté:
-Y bien, ¿qué tienen pensado que hagamos?
Mientras, miraba por la ventana. A lo largo de la calle se veían siluetas de infantes pasar, disfrazados, tomados de las manos de sus madres, u otros simplemente corriendo emocionados. Todos como pequeños monstruos. Era Halloween. Era interesante la tonalidad de colores que se reflejaba en mi ventana, proveniente de las luces de las casas, la noche y los faroles, creando una especie de luz entre naranja y amarilla. Suspiré: era una noche para los pequeños. Yo no tenía nada que hacer, pero mis amigos habían estado haciendo planes, y querían invitarme. No les fallé, por lo menos así tendría algo que hacer.
Iremos al bar –me dijo mi amiga, la única chica del grupo, Frutilla. Era curioso su apodo, pero siempre le habíamos dicho así. Luego salimos, y recorrimos las calles. Nos topábamos con los chicos frenéticos que corrían con sus cestas de dulces y casi nos derribaban. Divisamos el bar en una esquina y entramos. Éramos cinco. Nos repartimos, y quedé junto a la barra, a un lado de mi amiga. Ella se puso frente a mí para tener una habitual conversa. Ahora recordaba a qué se debía su apodo, sus cabellos eran rosados, pero de un rosado intenso, seguramente teñidos. Tenía algunas pecas. Sus ojos, no sé, habría jurado que eran rosados también, y siempre emanaba una fragancia de frutilla, su aroma favorito. Estaba obsesionada con esa fruta. Por eso le habíamos puesto así.
Se acercó el sirviente de los tragos y se quedó tras la barra observándome, con un pañuelo sobre su brazo. Me dijo:
-¿Su orden señor?
Yo estaba leyendo la etiqueta de un trago que me llamó la atención. Se lo señalé, busqué mi dinero, y lo pedí. Era un Whisky. Miré a Frutilla y le consulté si iba a querer de lo mismo. Me contestó que sí y ordené una botella media para ambos.
Estuvimos tomando un rato. La algazara no cesaba, continuaban pasando infantes corriendo y sus madres partiendo tras ellos para que no se les perdieran. Algunos se paraban frente a la ventana del bar, dudosos sobre si entrar o no a pedir dulces. Pero entonces el mesero iba, se paraba en la entrada con cara de pocos amigos, y sin decirles nada, los terminaba espantando. Terminamos el primer vaso de Whisky, y miré a mis tres amigos, desde la otra mesa. Allí estaban, charlando, muy entretenidos, pasándose de copas. “Vaya noche de Halloween…” me decía yo. “Al final resultaba una noche de borrachera”. Centré mi atención sobre Frutilla entonces. Ella terminaba su vaso y me miraba también. Le pregunté:
-¿Y cómo estás, cómo va todo con tus sobrinos pequeños?
-Mis dos sobrinos están bien –me respondió-. He tenido que cuidarlos toda la semana, pero esta semana ya mi madre estará en casa, por lo que no tendré que cuidarlos.
-Ajá… -asentí. Me llevé otro trago a la boca. El vaso estaba vacío, y la botella media. Me serví lo que quedaba. Luego, creo que pedí otra botella. Pero había comenzado a ver borroso y me entraba el sueño. Recuerdo a Frutilla acercándose a mí, diciéndome algo ininteligible. Pero yo me estaba sintiendo demasiado cansado y con sueño. Me desplomé sobre la mesa, todavía sosteniendo el vaso con algo de Whisky.
Quizá dormí un rato, no recuerdo esta parte muy claramente. Pero después me levanté, ya más descansado, pero todavía muy mareado. Me tambaleé por las puertas del bar, y me lancé a recorrer las calles. Mis amigos se levantaron, y Frutilla salió tras mío. Ella me afirmó, pero yo me solté, y seguí caminando, riéndome solo, apestado a borrachera. Los niños me evitaban. Las madres los alejaban de mí. Mi amiga me trató de convencer de que me fuera en compañía de mis amigos a mi casa. Pero me negué rotundamente. Ante mi terquedad, se retiraron, bufando, quejándose de mi actitud. Hasta Frutilla me dejó, que siempre la he tenido como mi amistad más fiel. Pero en ese momento no me importó. Mi borrachera pasajera me exigía perseguir un objetivo invisible, me obligaba a andar por las calles con la cabeza idiotizada.
Era la segunda vez en mi vida que me emborrachaba. La primera había sido en un casorio. No soy de esos borrachos que pierden toda la noción de sus sentidos, pero entre soliloquios hacia mi persona subiéndome el ego alterado por las copas demás, sintiéndome importante de la nada, llegué hasta el principio de una calle larga, oscura y confusa. Ya no quedaban personas alrededor. Las madres con sus hijos llevando cestas de dulces andaban a lo lejos. Me sentí dudoso de entrar en aquella calle, cuya oscuridad y profundidad me parecía como una inmensa ola en un mar de noche, que se me venía encima.
Pero me adentré, en el oscuro y silencioso asfalto, caminando temeroso por lo desconocido. Porque mi mundo se me hacía extraño ahora, porque mi percepción estaba un poco alterada. Nunca me había imaginado lo mal que pueden hacer tan sólo unas aparentemente, inocuas copas. Claramente mi primera borrachera había sido una alegre. La de ahora era confusa, me sentía extraviado. A mi lado contemplé pintorescas y clásicas casas del vecindario, con multitud de maceteros y flores alegres por el día, presentándose a la entrada. Ahora sin embargo, bajo el sigiloso manto de la noche, parecían deprimidas. Infinidad de casas vi, mientras más me adentraba en la larga calle. Hasta que llegué cerca de la esquina. Entonces, continué mirando a mi derecha.
Vi una casa a oscuras. Sólo las ventanas irradiaban una luz amarilla, que era la única luz, en forma de cuadros en la estructura sombría. No sé por qué, pero tuve un atisbo de recuerdo. Era la casa de mi primo, Claudio, era su nombre. Desde infantes siempre jugábamos juntos. En aquella casa habíamos compartido infinidad de aventuras. No quedaba demasiado lejos de mi propia casa. Creí ya recién ubicar mi lugar en el mundo. Podía ya pensar en volver a mi hogar, sin embargo, algo me volvía a extraviar. Algo no estaba calzando.
Había algo desconocido a dos casas de distancia de la de mi primo. Algo extraño y bastante obvio. Era una fortificación inmensa, aparecida desde la nada. Era lo que menos coincidía con todo. De pronto, las calles, y las direcciones se borraron de mi mente fugazmente como niebla disipándose. Me volví a perder con todos mis sentidos, de sólo ver aquella imponente fortificación; ¿de dónde rayos había salido? Preguntarme eso y no acabar de creerme lo que estaba mirando ahora me hacía sentirme mil veces más perdido, y llegar a pensar que estaba soñando. Era lo más probable. Pero algo de confusión tienen los sueños, que te puedes hasta morder la mano, y sentir el dolor, y eso hace dudar.
Aquella fortificación era un castillo, enormemente sombrío, tenebroso, con las ventanas cuadradas también irradiando luz, creando una tonalidad de un negro y un amarillo; las tinieblas y el resplandor de las ya mencionadas ventanas. Sí, era un castillo. Hasta a mí en mi inconsciencia me parecía increíble. Hasta en mi borrachera se me hacía un esfuerzo creerlo: Había un castillo frente a mí, aparecido en medio de las casas del vecindario de pronto. Era una locura.
Entré, las rejas estaban hechas a un lado, y una niebla en el umbral me recibió helándome los huesos. Volví la vista un segundo, y pasaban dos tipos extraños. Juraría que llevaban disfraces de zombis. Me asusté tanto, que corrí a la entrada del castillo. No había puerta, sólo una especie de ancho túnel que llevaba al interior. Me sentí en la época medieval por un segundo. Yo entrando a un castillo… Sí, sin duda, las copas demás son dañinas.
La oscuridad era aterradora. Llegué hasta un vestíbulo principal. Iba atontado, como caminando dormido. Estaba parado sobre un largo puente. Por debajo y a mis lados, había un gran precipicio en el cual no se veía, y no parecía haber fin. Lateralmente ubicadas a mí, estaban grandes ventanas. Una máquina como una rueda de madera enorme con pinchos estaba dando vuelta. Por allá por el final del puente, había una silueta estrafalaria. Me miró, y me dio la bienvenida, extendiendo con sus brazos la vistosa capa que llevaba:
-Buenas, bienvenido a mi castillo esta noche. Hoy en Halloween ha sido abierto. Soy el dueño de este palacio, el magnífico Conde Zombi. Disfruta tu estadía, he preparado unos juegos para ti para este rato.
¿Conde qué? Me pregunté. ¿Zombi? No bromees… Es Halloween, pero esto ya iba demasiado lejos. No faltaban los maniáticos que se arrendaban un castillo y un creíble disfraz, como el de ese tipo. No creía yo que hubiera estado tan estropeado como para alucinar de tal forma, o tal vez sí. Pero no, me costaba convencerme. El sujeto me miraba traviesamente. Tenía el pelo azul, y una tez verde, como podrida. Aun así parecía preocuparse de su apariencia, hasta el punto en que podía hacerlo. Llevaba una larga capa roja por un lado, y negro por el otro que le caía hasta los pies. Vestía traje refinado, y tenía guantes blancos. Toda su apariencia me daba la desconfianza de un tipo con el ego en alto y presuntuoso.
-¿Mencioné que soy un vampiro, y también un zombi? Bueno, disfruta tu paso por mi castillo –me dijo, y frente a él surgió de improviso una niebla que me cubrió la perspectiva, y se transformó, y entonces lo vi como un murciélago, revoloteando por el lugar, y desapareció. Pues sentí un alivio de que se fuera.
Recorrí el puente, con cuidado en la parte posterior, para no quedarme enganchado a uno de los pinchos de la rueda en movimiento. Llegué hasta el final, y había un paso hacia otro sector del castillo. Pero antes de hacer el ingreso, vi a mi derecha, una columna de mármol, con una nota adherida. Acerqué mis ojos, como a quien le falla la vista desde lejos y la inspeccioné. Comprobé que era una extraña nómina. Decía:
“INVITADOS RECIBIDOS ANTERIORMENTE EN EL CASTILLO:
-El Conde Drácula
-Frankestein
-El Chupacabras
-La Llorona
-Slenderman
ESTA NOCHE DE HALLOWEEN:
-Michel, la persona“
Comprobé con estupor que estaba mi nombre. Añadido al lado, a modo de recordatorio con letras rojas, estaba el obvio “la persona”, tachándome, seguramente como ser común y corriente, entre todos los fenómenos. Reconocí a todos los seres en la lista. Por medio de cuentos, historias populares e internet, tenía conocimientos sobre ellos, y me impactó saber, que habían sido los invitados. Sus nombres ya estaban marcados. El mío era el único libre y reciente, que destacaba, indicándome que ahora, yo era el escogido para la visita.
En un momento, me vi a mí mismo apoyado contra la barra del bar, harto de tantos tragos. Capaz así me había quedado dormido. Aunque ahora podía darme un palmetazo en la cara, y comprobarme que estaba despierto, como me sentía. Pero sinceramente, hubiera preferido estar en el bar en vez de estar en el lugar donde estaba ahora. Me resigné a seguir. Después de haber leído la lista de nombres en la columna, llegué hasta una nueva habitación. Había algunos cuadros, de la familia del conde Zombi. Todos tenían los rostros desfigurados y verdes. Luego llegué a un corredor estrecho. Por allí había unas tres cavidades de ventanas sin cristal. Apoyé mi pecho en el borde y me asomé para observar. Vi un estrecho sendero a un lado del castillo, tapado con zarzamoras, que llevaba a la reja de salida. Entonces vi a una joven corriendo. Distinguí sus cabellos rosados, y le grité:
-¡Frutilla, aquí!
Pero ella volvió la mirada apenas por un segundo, y entonces siguió corriendo. Porque un individuo más grande, que llevaba capa, la perseguía. Maldije en palabras, y volví al corredor, a cual después llegué a cuyo término, y por una puerta llegué hasta un pequeño patio. Allí había un reducido corral, y a pesar de que no había techos en los cielos, aún continuaba rodeado por el castillo, y no tenía más salida. Dentro del corral, había tres cerditos y un cordero. En ese instante, apareció un tipo gordo con una bata de cocinero y un solo ojo, como un cíclope. Me vio y me dijo:
-No toques a esos animales, que son la comida del conde. ¡Desaparece de aquí!
Le hice caso porque no quería formar un altercado, y me dirigí a la puerta más cercana. Entonces me volví a encontrar en el castillo. Iba caminando y me detuve de improviso, cuando oí unos parlantes chirriar a mi lado. Justo frente a mi oreja, había una pequeña caja de sonido, por la cual el conde, que me había recibido al comienzo de la visita en el castillo, me anunció:
-Prosigue hasta el siguiente cuarto, y encontrarás a alguien cercana a ti. Pero será tu elección si habrás de salvarla, o la dejarás morir.
Sentí furia, y la transmisión cesó. Entonces había una puerta ubicada frente a mí, la cual abrí e hice ingreso a una habitación, en un principio oscura. Pero que tras haber entrado yo, se iluminó. Entonces contemplé tres jaulas frente a mí. Dos de ellas estaban vacías, y en la del medio, increíblemente, estaba Frutilla desnuda y prisionera, amordazada con un tomate ajustado en su boca. Me gemía por ayuda. La voz del conde se volvió a escuchar por un parlante ubicado en una esquina. Dijo:
-Elige ahora la jaula que quieres liberar.
Sin vacilar elegí en el acto la caja de Frutilla. Pero entonces la despreciable voz se adelantó y me dijo:
-Decisión incorrecta –y a las demás jaulas se las tragó el piso. Y la jaula donde estaba mi amiga, quedó también escondida en el suelo cuando un bloque enorme negro apareció por arriba y la hundió. Los ojos llorosos de Frutilla en el último momento me destrozaron. Entonces quise romper en llantos, pero la furia que tenía creciendo en mí me dominó más. Y partí encolerizado hacia una salida de esa habitación que recién había aparecido en un muro azabache.
Llegué a una especie de ante salón inmenso, después del cual estaba la inmensa sala principal. En éste, el salón previo, recorrí y vi unas salidas que daban al patio del castillo. Allí había jardines pero todos los caminos llevaban de nuevo al palacio, sin haber salida. Estuve casi por cruzar hacia la sala principal, que se veía que era la sala más ostentosa del castillo, cuando encontré sobre una mesa un curioso y brillante objeto. Entonces, también había un parlante cerca, que me dio unas instrucciones:
-Si deseas salir de mi castillo, habrás de resolver aquel cubo Rubik dentro de los segundos que te daré. Si no lo puedes resolver, te quedarás aquí atrapado por siempre en mi castillo, junto a tu amiga Frutilla. ¡Y sufrirás un destino igual al de ella, siendo presa de mis trampas por siempre!
-¡Vete al demonio, maniático! –vociferé. Pero una vez más los parlantes cerraron su transmisión, y el tiempo comenzó a contar. “Veinte segundos” dijo, antes de que dejara de ofrecerme sus palabras. Entonces un estruendoso ruido me hizo alertarme, y un pequeño temblor proveniente desde mis pies. Levanté la mirada, y hacia la dirección del gran salón, por una ventana algo escondida que daba hacia los jardines del castillo, vi una puerta de tamaño desmedido, suspendida en altura, que iba cada vez bajando más a medida que transcurría el tiempo. Con el ruido ensordecedor que producía, tragándome todas mis ganas de darle un sermón de palabrotas al dichoso conde, tomé el espectacular cubo Rubik y comencé a resolverlo, moviendo mis manos con una sensación trémula, pero también enormemente concentrado, como nunca lo había estado en mi vida. Varias veces casi se me cayó. Varias veces pensé que no lo lograría. Pero cuando ya quedaban cinco segundos, al cabo de tanto esfuerzo, logré resolverlo. Lo dejé sobre la mesita en que estaba, y la sala principal estuvo disponible de nuevo, que había sido bloqueada por un muro. Llegué entonces. El conde estaba al final de la sala, sentado en un lujoso trono.
-Lo has resuelto en poco tiempo para un novato –dijo en tono burlón. Yo no perdí tiempo y le contesté, enfadado:
-Ahora, ¡lo que has prometido! ¡Déjame salir de aquí! –miré por la ventana que daba hacia el último jardín. Ahora la vista estaba más clara. Contemplé que el portal suspendido en el aire, que estaba bajando con el tiempo, se había detenido. Me sentí aliviado. “Por lo menos ya no puede retenerme más aquí” pensé.
-No te quedes allí con esa sonrisa molestosa, ¿me vas a dejar ir? –le dije, alterado. El conde estaba cruzado de piernas. Su majestuosa capa caía por los bordes de su trono. Su putrefacto rostro de tumba mostraba complacencia. Estaba divirtiéndose a costa mía. Se acarició la barbilla con sus guantes blancos, y me dijo, muy calmado:
-Pues completaste el desafío, ya puedes irte. Espero hayas disfrutado tu estadía en mi castillo. Por allá está la salida-. Tras ese anuncio, observé. Había una puerta de salida de la sala principal, por la cual atravesé, y divisé los jardines ante mí. Pero entonces, oí al conde finalmente decir atrás mío, donde se había quedado:
-¡Si es que puedes!
Sentí la sensación de que el piso bajo mío volvía a temblar, y el estruendoso sonido de un mecanismo llegó hasta mis orejas. Entonces, al final de la espesura y las enredaderas de las plantas que se asomaban desde el jardín, volví a observar aquel colosal pedazo de muro, que hacía de puerta del castillo, empezando a bajar otra vez. Mi corazón me alertó con un furioso latido, de que era tiempo de actuar rápido. “¡No!” vociferé, ante la sola idea de quedarme atrapado por siempre en el castillo, y me deslicé a toda velocidad, atravesando el jardín. Había apenas un resquicio entre el portal, y los suelos de piedra, para que terminara de cerrarse por completo la única salida que jamás iría a encontrar. Llegué tan cerca, y vi aquella enorme parte inferior de la magnífica barrera ante mi mirada, que creí que me iría a arrancar la cabeza. Entonces, aquellos eran momentos decisivos, en que sólo a escasos centímetros, me preguntaba, ¿llegaré?
Después, bruscamente desperté por un segundo. Estaba cansado. Con los ojos entreabiertos y todavía algo adormecidos, miré por la ventana. Se veía la luna llena. Debía ser como la medianoche. Me levanté con esfuerzo, hasta quedarme sentado en mi cama, y me vi el torso, colmado en mi propio vómito. Había estado bastante borracho. Frente a mí, alguien me miraba. Contemplé a Frutilla, observándome, que había estado aguardando seguramente a que yo despertara, con un rostro de evidente reprobación.


DarkDose


Dolencias de noche (Poesía)

Qué dolor más atormentador
Es el que ha sacudido mis noches
Las ventanas destellan
Y me asaltan pesadillas, despierto

Este es mi lugar de plañidos
Es mi habitación, que se ha convertido
En soledad
Es tan difícil alejar tu recuerdo
Es tan difícil pensar en otra cosa que no sea
En ti

Estoy abrumado hasta la cabeza
El frío me estremece por las noches,
No puedo conciliar el sueño
Me siento desprotegido, como un niño pequeño
Sin fuerzas
Me siento agobiado, hundido en un abismo;
Al cual quizá yo mismo me empujé, y no hay escape

Pero la verdad de todas estas dolencias,
La razón de que me aflijan a mí,
Es que me faltas,
Tú…

DarkDose